Visitó el local
hacía unos años, cuando la ropa que vendían era para público masculino y ella,
con medio cuerpo oculto del otro lado del mostrador, lo impactó con sus gestos
y femineidad, ese charme que solo poseen algunas mujeres. El local cambió de
dueño y de estilo unos meses después pero ella seguía allí, llamándole
poderosamente la atención cuando la observaba al pasar y la veía renovando la
ropa exhibida en la vidriera, asesorando a una clienta indecisa o esperando una
la aprobación final del otro lado de la cortina que resguardaba el probador.
Tenía claro que
fantasía y misterio conformaban una combinación que inflamaba el deseo pero
cada tanto volvía a caer involuntariamente en el poderoso imán de aquel negocio
ubicado a unos metros de una esquina que unía a dos avenidas. No encontraba la
excusa o el pretexto para entrar a un local de ropa para mujeres y poder
hablarle. Sabía por experiencias anteriores que la idealización podía
derrumbarse como un castillo de naipes
ante una expresión inesperada, un gesto que no encaja con la imagen que
nos formamos del otro o el tono estridente de su voz.
Su corazón
palpitó con fuerza cuando la vio caminando de frente en su misma dirección un
mediodía. Volvió a sentir una descarga de ansiedad por su falta de arrojo, por
no encontrar la manera de acercarse sin provocar miedo o rechazo. Elaboró
estrategias que fue desestimando con el correr de los días en base a distintos
análisis que las convertían en inapropiados o en estériles hasta que se decidió
por una romántica, sutil y concreta. En el puesto de flores ubicado a escasos
metros del local de la mujer compró un ramo y le pidió a la florista que lo
entregase en el local de parte de un admirador anónimo.
Esperó unos días
y repitió los mismos movimientos. Estaba enterado, por la florista, que la
mujer que recibía las flores la acosaba con preguntas intentando descubrir la
identidad del cortejante misterioso. No sabía nada sobre ella y pensó que le
podía originar una incomodidad cerrar el negocio y volver con las flores
regaladas a su casa si vivía en pareja y verse en la obligación de dar
explicaciones. El espíritu romántico del juego que había diseñado era más
fuerte que cualquier duda.
Cuando fue
decidido por el tercer envío la florista rechazó su intención de compra
diciéndole que la mujer le había anticipado que no recibiría un solo ramo más
si no se presentaba quien las compraba.
Pensó durante
días cómo sería su ingreso al local y cuáles iban a ser las palabras
cuidadosamente seleccionadas para presentarse. Ensayó las frases para no
tropezar con furcios y ser concreto. La primera vez que se animó a ingresar al
local estaba cerrado mucho antes del horario habitual. Pudo ir unos días
después y al entrar con paso decidido no se dio cuenta que había una clienta en
el negocio.
-Soy el que envía
las flores como un admirador y vengo a disculparme si eso te molestó o causó
algún problema -dijo de corrido, sin una pausa, mirándola fijamente a los ojos.
Ella, apenas levantó la vista un par de segundos y con la precisión y potencia de un arma reglamentaria dijo: “Gracias. Muy amable” y siguió aconsejando a su clienta.