Amigos

Hèctor y Roberto se hicieron amigos de adolescentes. Y con unos años màs sobre los hombros, trabajaron los dos haciendo el reparto del almacèn de barrio, propiedad de los padres y tìos de Hèctor.
Cargaban los pedidos en una motoneta de dos tiempos y tres ruedas, con caja y cabina cubiertas, y el juego que practicaban a diario, como para templar la audacia y agregarle acciòn a la rutina, consistìa en que una vez acomodados los productos en la mesa de la cocina del cliente, ambos corrìan hasta el vehìculo estacionado en la entrada de la casa y el que llegaba primero, no solo se sentaba al manubrio, sino que ademàs le daba arranque y salìa disparado a la màxima velocidad que le permitìa esa joya hoy prehistòrica. El segundo debìa tirar en la caja el canasto y treparse como pudiera, la mayor parte de las veces andando ya, lo que hacìa que la motoneta se parara en sus patas traseras cuan brioso corcel, acrobacia que hoy serìa interpretada como un "Willy". Nadie puede imaginar como se mezclaban las cosas y los pedidos con cada una de estas piruetas. Cuentan algunos testigos que una vez vieron doblar en una calle del barrio a la moto con ambos encima, inclinada totalmente sobre su lado derecho, apoyada unicamente en una de sus dos ruedas traseras y que el que iba atràs, cumplìa la misma funciòn que la tripulaciòn de los veleros en una regata, haciendo de contrapeso para que no se inclinara totalmente. Entre ellos y los hermanos Malerva y sus pruebas circenses, no habìa mucha diferencia.
Ambos se casaron y tuvieron hijos. La vida quiso que fueran taxistas los dos en distintas paradas cercanas a la estaciòn de trenes de Olivos, separados por escasos metros de diferencia.
Fueron grandes cosechadores de anècdotas.
Roberto tuvo una pulmonìa, que se transformò en pleuresìa y debieron punzarle un pulmòn para extraer el lìquido. Tuvo que guardar cama y soportar en esos años un tratamiento complicado.
Los taxistas viven de lo que generan a diario con su trabajo, no tienen reservas ni seguros que cubran estos casos y con dos hijos Roberto se veìa en problemas.
Hèctor lo visitaba todos los dìas.
Hèctor hablaba de cosas y momentos del trabajo, lo distraìa, y en el momento indicado y preciso en que nadie lo observaba dejaba un dinero doblado en un cajòn de la mesa de luz.
En esa casa nunca faltò ni sobrò nada y en esos dìas tampoco.
Hèctor se tuvo que ir a vivir con su familia a Rosario. Roberto no dejò de visitarlo y en su honor lo nombrò padrino de confirmaciòn de su hijo mayor.
A ambos la vida le trajo sus huracanes y ambos tuvieron siempre en el otro un lugar donde resguardarse hasta que amaine.
El corazòn de Hèctor dijo basta hace unos años.
Cuando Roberto empezò a verse en problemas por una diabetes jamàs tratada, Yolanda, la viuda de Hèctor, se acercò a su casa con el mismo gesto de solidaridad que su marido habìa tenido 40 años antes y en su nombre, como si hubiese recibido algùn tipo de recado.
Roberto repasa su fortuna personal, esa que no se delega en testamentos, la que empezò a ahorrar hace muchos años, cuando corrìa hacia una motoneta entre risas y gritos tan conocidos como inolvidables.