Creo que es mejor que no haya almanaques a la vista y que no sepamos qué día es hoy. Pese a la terapia y todo lo que pudieron borrar con ella, empecé a darme cuenta de todo en los 90 y que mi búsqueda obsesiva me condujo a este lugar y que en este peregrinaje hasta mis parientes no me reconozcan. Cada vez son más esporádicas las visitas.
He escrito algunas cosas, pero en cada ocasión en que revisan mi habitación terminan llevándose todo para analizar. Es probable que pretendan entender las razones del diagnóstico.
Si hubiese nacido en otro lugar quizás no hubiesen pasado por mi cabeza todas esas imágenes, esos flashes que me impulsaron al análisis del porqué de los cambios.
Soy de Rosario y Rosario pese a que está dentro del territorio nacional, es un país aparte.
No solo somos cuna de grandes artistas, somos un lugar en el mundo donde la verdadera pasión popular tiene límites claros, hasta geográficos diría yo, donde se define si uno pertenece a un tipo de persona o a otra.
Durante años en Rosario había dos formas de ser rosarino. Eras leproso o eras canalla. Como los opuestos del ying y el yang, como el cielo y el infierno, sin puntos intermedios. Yo sostengo que el cambio empezó en los 90. Allí empezó a desdibujarse la antinomia, en ese tiempo empezaron a verse otros colores de camiseta, otras tendencias.
En las charlas de bar hablábamos de los mismos temas pero en la calle se veía otra cosa. Yo me di cuenta.
En los setenta de vez en cuando veías una bandera o una camiseta de otro club, siempre hay un descolgado que quiere ser foráneo, que toma distancia con sus raíces, iluso con pretensiones de distinto.
Pero un domingo de clásico la ciudad se paralizaba, un adelanto del Carnaval, una fiesta de otro planeta.
Como toda transformación gradual y lenta, no nos dimos cuenta cuando fue, pero antes que nada empezamos a discutir entre nosotros, como si el enemigo ya se nos hubiese infiltrado, aquello que en las guerras llaman quinta columna.
En el bar, los lunes, después de los partidos nos juntábamos a hablar de cómo habíamos jugado nosotros y como nuestros enemigos de siempre, pero las conversaciones eran cada día más cortas, y esa poda verbal, intuía yo, tenía relación directa con el tiempo que la televisión le dedicaba a nuestros partidos, a los que a nosotros nos interesaban de verdad, los que jugaba Rosario Central y Newells.
Entonces quise reafirmarlo con cierto rigor científico y me senté cada domingo, cronómetro en mano, a medir el espacio de cada resumen deportivo. No había caso. No importaba cómo jugáramos ni cuantos goles hiciéramos en cada fecha, no importaba quien iba primero o deslumbraba con su juego vistoso. Los clubes de Buenos Aires tenían siempre un espacio mayor que cualquier equipo del Interior.
Entonces era lógico ver en una ciudad como Rosario camisetas de Racing, Independiente, Velez, cuando en otro tiempos eso era posible si un intrépido descolocado, un desaprensivo de la vida de la hinchada visitante se atreviera a pasearse por la ciudad antes o después del partido.
Expuse mi teoría en las reuniones de café pero la fui ampliando a otras instancias y también observé que los noticieros marcaban una tendencia, que podían dedicar notables espacios a la violencia si de la violencia se quería hablar en esos días, a las denuncias que nunca llegaban a comprobarse fehacientemente, y que si eso sucedía, días más tarde pasarían al olvido.
Observé que los programas de entretenimiento cumplían la misión de vaciarnos, de hacernos hablar de estupideces en los trabajos, en las reuniones familiares, como si la vida de los famosos fuera más importante que nuestra propia vida, y que la gente dejaba de creer en sí misma para intentar parecerse a los modelos que aparecían en todos los medios.
Era llamativo ver como un escándalo de la farándula ocupaba horas y horas de televisión mientras que fraudes, estafas, problemas ecológicos o sociales quedaban en la nada.
Me di cuenta que la política se frivolizaba, que artistas de medio pelo ocupaban cargos, ganaban elecciones, gobernaban, exponían sus ideas, tan vacías como ellos mismos, vacías pero con el fin ideológico de dejar las cosas como están. Se borraba definitivamente el concepto de militar, de pertenecer a una fracción, de defender una idea, un modelo de vida, los que así pensaban o sentían se los consideraba nostálgicos incurables.
Todo se degradaba poco a poco, todo espacio cultural perdía interés, la meta era llegar a casa para poner la mente en blanco viendo la vida de los otros. Y no terminó en los detalles de los programas generales, aparecieron los talk shows, los Gran Hermano, la participación de la gente en ese mundo mediante los votos a través de los mensajes de texto, con los cuales una sociedad vacía, sentía que eliminaba a alguien del que no gustaba y favorecía a quien consideraba bueno, inteligente o por alguna causa particular merecedor de su apoyo y simpatía, el monstruo se alimentaba de lo que la gente le daba y cada día era mayor. Aparecieron los programas que ponían como bandera los sueños de la gente y horas y horas de la noche perdidas viendo cosas que no tenían relación alguna con lo que en realidad nos estaba pasando a todos.
Desaparecían poco a poco los programas de humor, las ficciones y día a día ganaba protagonismo la basura, el consumo sobre todo aquello que ponía la mente en blanco.
La primer discusión acalorada fue en la oficina. Dejé de ser simpático por lo que le decía a mis compañeros y porque ellos alcanzaban a darse cuenta que intentaba señalarles que los estaban idiotizando. Hubo un par de advertencias de la oficina de personal. Me echaron unos meses después argumentando reestructuración. Mi familia empezó a pedirme con mayor énfasis que comenzara un tratamiento, mis amigos en el bar dejaron de reunirse, se ocupaban de otras cosas que no eran de mi interés.
Reuní mucho material en video, tomándome el trabajo de emparentar el bombardeo sobre determinado tema con una noticia real de fondo que no salía al aire porque no convenía, cómo se callaban o no se publicaban determinadas voces, como llevaban lentamente a la gente a hablar y opinar y votar, a marcar tendencias. Como aparecían de la nada indeseables en las listas de las elecciones y como las propagandas bien diseñadas les daban un lugar en el gobierno a personajes contrarios al bienestar general.
Me visita poca gente y tengo pocos recursos para enterarme de lo que pasa afuera. Apenas algunos datos que confirman mi teoría y que sistemáticamente levantan para analizar cada vez que revisan mi habitación.
Pasa el tiempo y se menos del país y del mundo, me entero de algo cuando en algún descuido puedo robar un periódico de los guardias y colocarlo debajo de mi delantal para leerlo en profundidad en mi habitación. Se que hay el mismo caos de siempre y que alguien que no conozco, un tal Ricardo Fort es el nuevo presidente.
He escrito algunas cosas, pero en cada ocasión en que revisan mi habitación terminan llevándose todo para analizar. Es probable que pretendan entender las razones del diagnóstico.
Si hubiese nacido en otro lugar quizás no hubiesen pasado por mi cabeza todas esas imágenes, esos flashes que me impulsaron al análisis del porqué de los cambios.
Soy de Rosario y Rosario pese a que está dentro del territorio nacional, es un país aparte.
No solo somos cuna de grandes artistas, somos un lugar en el mundo donde la verdadera pasión popular tiene límites claros, hasta geográficos diría yo, donde se define si uno pertenece a un tipo de persona o a otra.
Durante años en Rosario había dos formas de ser rosarino. Eras leproso o eras canalla. Como los opuestos del ying y el yang, como el cielo y el infierno, sin puntos intermedios. Yo sostengo que el cambio empezó en los 90. Allí empezó a desdibujarse la antinomia, en ese tiempo empezaron a verse otros colores de camiseta, otras tendencias.
En las charlas de bar hablábamos de los mismos temas pero en la calle se veía otra cosa. Yo me di cuenta.
En los setenta de vez en cuando veías una bandera o una camiseta de otro club, siempre hay un descolgado que quiere ser foráneo, que toma distancia con sus raíces, iluso con pretensiones de distinto.
Pero un domingo de clásico la ciudad se paralizaba, un adelanto del Carnaval, una fiesta de otro planeta.
Como toda transformación gradual y lenta, no nos dimos cuenta cuando fue, pero antes que nada empezamos a discutir entre nosotros, como si el enemigo ya se nos hubiese infiltrado, aquello que en las guerras llaman quinta columna.
En el bar, los lunes, después de los partidos nos juntábamos a hablar de cómo habíamos jugado nosotros y como nuestros enemigos de siempre, pero las conversaciones eran cada día más cortas, y esa poda verbal, intuía yo, tenía relación directa con el tiempo que la televisión le dedicaba a nuestros partidos, a los que a nosotros nos interesaban de verdad, los que jugaba Rosario Central y Newells.
Entonces quise reafirmarlo con cierto rigor científico y me senté cada domingo, cronómetro en mano, a medir el espacio de cada resumen deportivo. No había caso. No importaba cómo jugáramos ni cuantos goles hiciéramos en cada fecha, no importaba quien iba primero o deslumbraba con su juego vistoso. Los clubes de Buenos Aires tenían siempre un espacio mayor que cualquier equipo del Interior.
Entonces era lógico ver en una ciudad como Rosario camisetas de Racing, Independiente, Velez, cuando en otro tiempos eso era posible si un intrépido descolocado, un desaprensivo de la vida de la hinchada visitante se atreviera a pasearse por la ciudad antes o después del partido.
Expuse mi teoría en las reuniones de café pero la fui ampliando a otras instancias y también observé que los noticieros marcaban una tendencia, que podían dedicar notables espacios a la violencia si de la violencia se quería hablar en esos días, a las denuncias que nunca llegaban a comprobarse fehacientemente, y que si eso sucedía, días más tarde pasarían al olvido.
Observé que los programas de entretenimiento cumplían la misión de vaciarnos, de hacernos hablar de estupideces en los trabajos, en las reuniones familiares, como si la vida de los famosos fuera más importante que nuestra propia vida, y que la gente dejaba de creer en sí misma para intentar parecerse a los modelos que aparecían en todos los medios.
Era llamativo ver como un escándalo de la farándula ocupaba horas y horas de televisión mientras que fraudes, estafas, problemas ecológicos o sociales quedaban en la nada.
Me di cuenta que la política se frivolizaba, que artistas de medio pelo ocupaban cargos, ganaban elecciones, gobernaban, exponían sus ideas, tan vacías como ellos mismos, vacías pero con el fin ideológico de dejar las cosas como están. Se borraba definitivamente el concepto de militar, de pertenecer a una fracción, de defender una idea, un modelo de vida, los que así pensaban o sentían se los consideraba nostálgicos incurables.
Todo se degradaba poco a poco, todo espacio cultural perdía interés, la meta era llegar a casa para poner la mente en blanco viendo la vida de los otros. Y no terminó en los detalles de los programas generales, aparecieron los talk shows, los Gran Hermano, la participación de la gente en ese mundo mediante los votos a través de los mensajes de texto, con los cuales una sociedad vacía, sentía que eliminaba a alguien del que no gustaba y favorecía a quien consideraba bueno, inteligente o por alguna causa particular merecedor de su apoyo y simpatía, el monstruo se alimentaba de lo que la gente le daba y cada día era mayor. Aparecieron los programas que ponían como bandera los sueños de la gente y horas y horas de la noche perdidas viendo cosas que no tenían relación alguna con lo que en realidad nos estaba pasando a todos.
Desaparecían poco a poco los programas de humor, las ficciones y día a día ganaba protagonismo la basura, el consumo sobre todo aquello que ponía la mente en blanco.
La primer discusión acalorada fue en la oficina. Dejé de ser simpático por lo que le decía a mis compañeros y porque ellos alcanzaban a darse cuenta que intentaba señalarles que los estaban idiotizando. Hubo un par de advertencias de la oficina de personal. Me echaron unos meses después argumentando reestructuración. Mi familia empezó a pedirme con mayor énfasis que comenzara un tratamiento, mis amigos en el bar dejaron de reunirse, se ocupaban de otras cosas que no eran de mi interés.
Reuní mucho material en video, tomándome el trabajo de emparentar el bombardeo sobre determinado tema con una noticia real de fondo que no salía al aire porque no convenía, cómo se callaban o no se publicaban determinadas voces, como llevaban lentamente a la gente a hablar y opinar y votar, a marcar tendencias. Como aparecían de la nada indeseables en las listas de las elecciones y como las propagandas bien diseñadas les daban un lugar en el gobierno a personajes contrarios al bienestar general.
Me visita poca gente y tengo pocos recursos para enterarme de lo que pasa afuera. Apenas algunos datos que confirman mi teoría y que sistemáticamente levantan para analizar cada vez que revisan mi habitación.
Pasa el tiempo y se menos del país y del mundo, me entero de algo cuando en algún descuido puedo robar un periódico de los guardias y colocarlo debajo de mi delantal para leerlo en profundidad en mi habitación. Se que hay el mismo caos de siempre y que alguien que no conozco, un tal Ricardo Fort es el nuevo presidente.