Vamos quedando pocos

Vamos quedando pocos los que continuamos escribiendo y enviando cartas. Menos aún somos los que las escribimos a mano, en mi caso, utilizando una estilográfica, exquisito instrumento que sobrevive en manos de generaciones anteriores, amantes del arte de la escritura, algunos niños en edad escolar o profesionales obligados por circunstancias legales como abogados y escribanos. La edad de un texto puede determinarse por el certero análisis de la tinta. Alguien que encuentre este borrador dentro de unos años, podrá determinar la antigüedad de este texto.
No voy a hacer apología sobre el valor de la correspondencia epistolar, pero es bueno tomar en cuenta ciertos conceptos.
La carta, desde su confección hasta su llegada a destino tiene que cumplir con 5 pasos fundamentales:
La escritura: que puede realizarse en cualquier lugar y horario si contamos con los elementos esenciales: instrumento de escritura, lápiz, bolígrafo, pluma, papel e iluminación. Hemos imaginado, las víctimas del romanticismo a Shakespeare o a Cirano de Bergerac escribiendo bajo la luz de una vela.
Hay quienes prefieren determinados lugares que contribuyan a una más perfecta fluidez de las palabras, a la concentración, al bienestar de cuerpo y alma, a la comunión de pensamiento, deseo y palabra.
La carta atesora un valor incuestionable: es una prueba física concluyente que quien la escribió estuvo pensando en nosotros desde que colocó la fecha hasta mucho después que la firmó al final del texto. Porque allí no termina el ciclo, apenas se ha cumplido el primer paso de los cinco.
El tiempo que lleva la escritura a mano tiene perfecta sincronización con la velocidad del pensamiento y la correcta elección del orden las palabras, cosa que no ocurre con el teclado, porque, en el caso de mi estilográfica, se le debe imprimir una velocidad de escritura que permita el flujo de la tinta hasta la pluma para que se deslice en el papel.
Hoy Internet, la tecnología y la modernidad, introdujeron la inmediatez al mundo de la comunicaciones. Uno apreta Enviar y sabe que en menos de diez segundos el mensaje estará, listo para ser leído en la casilla del destinatario, algo absolutamente eficaz para los ansiosos e inexorablemente incuestionable para aquellos neuróticos que necesitan comprobar que llegó, que fueron leídos, que pudieron decir ya lo que querían decir. "Ya te mandé el mail" suelen adelantarnos estos fieles seguidores de San Expedito.
El doblado y ensobrado. Uno no hace un bollo con el texto y lo coloca en el sobre. La forma, el cuidado, la originalidad para doblar el papel tienen un efecto, un valor agregado, un detalle de personalización para quien la recibe. Aprendí esto de Adriana Grotto, con quien mantuve durante diez años correspondencia epistolar desde Buenos Aires a Arezzo, Italia, cartas que luego, compiladas y ordenadas, se transformaron en una novela.
Colocar la dirección en el sobre. En cada letra escrita uno reafirma el valor del contenido y comienza a hacer un viaje imaginario previo al paso siguiente, cuando la lleva hasta el correo para que un funcionario público le coloque la estampilla adecuada a su periplo.
Creemos que todo concluye allí pero mientras contamos los días para que nuestro lector la tenga en sus manos, la carta habrá pasado por otras hasta alojarse en el bolso de un cartero, hoy acostumbrado a llevar resúmenes de cuentas bancarias, tarjetas de crédito, vencimientos de impuestos, facturas de servicios. Entre esos sobres que transportan datos y obligaciones, habrá uno distinto, que llamará la atención del cartero, y hasta posiblemente se detenga a observarlo con una dedicación que no puso en ninguno de los anteriores, porque ya no se ven, porque ya dejó de ser común, es una rareza, esta forma de comunicación, porque ya van quedando pocos los que escriben cartas. 
Yo me encuentro, con genuino orgullo, en esa legión, cada día más exclusiva.