Pasajeros de Noé


Héctor Cardalli era un pandillero de poca monta. Él y su banda entraron y salieron de distintas comisarías del conurbano por delitos menores, pero una noche, descontrolados bajo los efectos del paco, armaron un escándalo de mayúsculas proporciones y terminaron en tribunales frente a un juez que los sentenció a un año en una granja de recuperación. Este fue el punto de partida de la historia del Pastor Cardalli.

En la granja para la recuperación de adicciones conocieron al Hermano Ismael, mano derecha del Pastor Fernando, quien no dudó un instante en ponerlos bajo sus órdenes como una manera inteligente de tenerlos siempre cerca y vigilados.

En pocos días entendieron el funcionamiento de la granja y en menos de una semana planeaban cómo quedarse con la recaudación de ventas de las canastas de facturas que salían todos los días en distintos medios de transporte. El plan nunca se ejecutó por un hecho fortuito que volvería a cambiar el cauce de sus vidas. Fueron convocados a ayudar al Pastor Fernando en una de sus reuniones. Las alarmas de sus radares delictivos se encendieron cuando vieron llegar al Pastor en una lujosa camioneta y luego, sus corazones alcanzaron el récord de pulsaciones al recoger las donaciones que voluntariamente dejaban sus fieles. Cardalli habló con sus tres secuaces unas noches más tarde. Les dijo que era la primera vez que se encontraba con alguien que se quedaba con el dinero de la gente sin apuntarlos con un arma, que había una manera legal de hacerse de mucho dinero sin ir a la cárcel. Les habló de un proyecto: fundar una iglesia.

Los cuatro sabían que todas, sin excepción, tenían nombres que impresionaban a la gente. Decidieron hacer una lista de cuál sería el que los identificara. En un cuaderno, la primera inversión de los nuevos religiosos, colocaron todos los nombres que les ocurrían. “Hijos de María”, “Delivery de sacramentos”, “Los pastores del rebaño elegido”, “Últimas noticias del Mesías”, “Faltan dos minutos y no hay alargue”, “El Rey Jesucristo y su corte”, “Jesús es rey, Pedro, no se”, “A un paso de Dios”. Pero la más votada por los cuatro vio la luz bajo el ingenio de Cardalli: “Pasajeros de Noé”.

El nombre los alentaba a predicar que ya hubo un fin del mundo y se aproximaba otro, sin prisa pero sin pausa. La salvación es posible de acuerdo a tu disposición y a tu disponibilidad. Todos somos hermanos y como familia nos ayudamos entre todos. Estudiaban y repasaban las frases para transmitirlas con seguridad y convicción.

Comenzaron con un local chico, alejado unas veinte cuadras al oeste de la estación de trenes de Merlo. La primera noche, con Cardalli como pastor no pudieron reunir más de siete personas. Pero sabían que el comienzo no sería fácil y ya tenían montada una estrategia para aumentar el número de fieles de forma geométrica.

Cardalli comenzó leyendo unos apuntes que habían fotocopiado de los sermones del Pastor Fernando y a los diez minutos de oraciones y ejemplos, se interrumpió la misa con un pedido desesperado de auxilio. Sus monaguillos traían a un hombre con un cuchillo clavado en la espalda. El hombre decía que Satanás lo había acuchillado. Cardalli dejó la lectura, colocó su mano en la frente de la víctima y para sorpresa de los presentes quitó el puñal de su espalda y cerró la herida invocando a todos los santos con habilidades quirúrgicas. “San Alí: Maestro del bisturí, Santa Lucrecia: Patrona de la anestesia, Santa Beatriz: cerrame esta cicatriz”. La gente quedó shockeada ante lo que veía y más sorprendida aún cuando vio caer al pastor desmayado por la pérdida de energía en el trance. El apuñalado salió caminando por la puerta de entrada y se detuvo en la parada de un colectivo interurbano, listo para volver a su casa.

Una semana después eran doscientos los que pujaban por entrar a la iglesia de Los Pasajeros de Noé, y entre ellos, ya preparados, los nuevos enfermos para ser sanados: una mujer en silla de ruedas que terminó bailando una polca, un enfermo terminal cantó media docena de temas con el coro, saltando como un poseído,  un hombre al que le faltaba un brazo, salió portando un estandarte con el brazo que milagrosamente había crecido desde su muñón.  La gente se emocionaba y donaba. Los cuatro apóstoles recaudaban.

Fueron hábiles. Destinaron una parte del dinero recaudado a publicidad y así la iglesia fue creciendo. Cientos de personas venían de distintos lugares para ser bendecidas por las milagrosas manos del pastor. Fueron perfeccionando el discurso de Cardalli, ya conocido como el Pastor Hugo, y esto les ayudó a convencer a la gente que los bienes materiales no son importantes. Importantes eran la salud del cuerpo y del espíritu, que cuánto más se desprendía uno de lo material, más alimentaba lo espiritual.

Comenzaron entre ellos las disputas por el dinero y el protagonismo muy concentrado en el Pastor Hugo, ahora estrella del poder político que se acercaba para conseguir adeptos. En pocos meses se disolvieron como grupo y formaron con el mismo nombre cuatro iglesias diferentes. Los tres ex compañeros de Cardalli perdieron la vida en trágicos y misteriosos accidentes.

En los tiempos en que era investigado por la justicia, Cardalli acusaba persecución en sus homilías. Una noche de agosto, un monaguillo lo acuchilló mientras Cardalli contaba el dinero de la recaudación. La invocación a los santos protectores no tuvo resultados.