Navidad gris y con nieve adentro


Caminábamos con mi hija rumbo a la casa de mi madre para festejar en familia Navidad. Llevábamos nuestras bolsas de regalos para colocar en el árbol como todos los años.
La fecha siempre fue especial para la familia, porque  el 25 de diciembre era el cumpleaños  de mi viejo. Así que a las 12 levantábamos las copas, brindábamos, nos deseábamos feliz navidad y abrazábamos a papá para desearle feliz cumpleaños.
Todos compramos regalos para todos y los dejamos en el árbol cuando llegamos.
Mi hija, mientras caminábamos, recordó un año especial.
Yo llegué con mis bolsas, todas provenientes de una marca de ropa masculina y en cada una de ellas prendas para varón.
En casa de mi madre festejábamos ése año mi hija, mis dos hermanas, mi madre y mi sobrina. Ningún varón salvo el que hacía los presentes.
Todos abrieron sus regalos y me agradecieron los mamarrachos que había comprado en el mismo lugar, todo junto. Remeras, pantalones de tamaños enormes.
Yo no recordaba eso y cuando llegué a casa comenté la conversación y absolutamente todos aprobaron con sus gestos y sus reflexiones sobre aquella Navidad.
Todos menos yo. Lo había borrado. Los escuchaba como si contasen la historia de otra persona. Entonces hicimos el ejercicio de recordar el año de aquel despropósito. Había sido aquel en que por primera vez mi viejo no festejaba con nosotros. Se había ido en octubre.
Mi hija dijo que yo estaba enojado con el Mundo.
No recuerdo tampoco si afuera nevó.