Variaciones en blanco y negro

 

A mi hija Ayelén, que encendió la chispa

Ya soy mayor y cada mudanza me deja postrado. Cuando me alzan o me bajan de algún vehículo, o cuando me llevan por las escaleras tengo el alma en vilo porque suceda algún tropiezo y en cada escalón se escucha como me crujen los huesos. Por lo general me dejan unos días en el comedor como a los viejos que sacan a la vereda para sentarlos en la entrada de la casa, llaman a un especialista que me ajuste un poco el esqueleto y enseguida me hacen trabajar a cualquier hora.

Pasaron tantos años que ya no recuerdo donde nací pero de joven viví con un polaco escapado del gueto de Varsovia. Su dolor era tan grande que cuando conversábamos el ambiente de la casa adquiría un tono sepia. Lo veía llorar mirando unos retratos ovalados con fotos en blanco y negro. Siempre hice el intento de brindarle consuelo con mi mejor timbre de voz pero no pasaba un rato de ir al encuentro de Chopin que sentía caer sobre mí las primeras lágrimas.

Una tarde llegó de la fábrica con una mano vendada y cuando vino a visitarlo su sobrino le habló de mí. El joven me miró como si fuera un mueble. Al polaco empezó a sepultarlo la tristeza que, como el polvo de la casa, lo fue tapando sin que se diera cuenta. Después de aquella tarde en que no alcancé a contar la cantidad de velas que había en el comedor, pero eran muchas más que las personas que vinieron a despedirse, me llevaron a vivir al galponcito del fondo de una casa en Villa Lynch donde me quedé disfónico de tanto silencio. Escuché que estorbaba, que me estaban buscando un lugar y por la puerta entornada del galpón pude ver los billetes que contaba con cuidado un señor que nunca había visto pero cuya voz me resultaba familiar.

Tuve mejores días en la nueva casa y no me quejo. Una niña rubia, inquieta, locuaz y muy amable conmigo se sentaba todas las tardes con la paciencia, la dedicación y el amor que yo necesitaba desde hacía muchos años. La niña creció en un abrir y cerrar de ojos y los padres consideraron que era hora de buscar para ella otro futuro. Había progresado mucho y escuchaba el entusiasmo de su familia cuando regresaban de un concierto. Carmencita, así recuerdo que la llamaban, se despidió de mí con una inmensa ternura y un par de lágrimas. Intentó persuadir a sus padres para que pudiera quedarme. El gesto de su padre fue elocuente, directo y claro como su personalidad.

Anduve por varios sitios y con distinta suerte hasta que llegué a interesarle a un flaco desgarbado, desaliñado y muy fumador que tenía tanto talento como violencia contenida en su interior y tuve largas trasnochadas en que pasé las de Caín en su viejo altillo. Vi un desfile de mujeres y en casi todas yo fui un socio natural para la conquista definitiva. No sé cómo sobreviví a tanto humo de cigarrillo y tanto alcohol en las madrugadas. Se quejaron los vecinos por el ruido y aunque los argumentos que expuso en mi defensa fueron buenos tuvo que cambiar de socio por un joven eléctrico con apellido japonés que como todo japonés hacía menos ruido que los grillos y cuando nos quedábamos solos no me dirigía la palabra. Supongo que por cuestiones de idioma.

Estuve en San Telmo un par de años en un bar que regenteaban dos muchachos amigos desde la escuela secundaria y pocas veces hice migas con gente culta, sensible, que me obligase a explotar mi mejor versión, a desarrollar mi potencial, a dar matices melancólicos con mis graves.

Ahora estoy en un ambiente acogedor, familiar diría yo, rodeado de discos, libros, plantas bien cuidadas, luego de dos años, siete meses y diecisiete días sumido en las sombras y una humedad reumática. Vivo con una pareja joven y ambos son músicos. Mañana vienen a verme según pude escuchar cuando conversaban en la cena. Un piso por escalera. Los dos grandotes que me cargaron me trataron con mucho cuidado. Eran profesionales. Imagino al que vendrá a verme. Me mirará con detenimiento, calculará mi edad, abrirá mi boca para observarme y notará que para subirme un semitono anularon el sonido de una de mis ochenta y cinco teclas. Mañana mismo estaré sonando nuevamente, poniéndome a punto, regresando a mi anhelado destino de piano vertical.