Escribo con dolor. Como se escribe con el amargo sabor de las despedidas. Siempre será el mejor profesor de historia que conocí. Escribo con el egoísmo de quien no quiere desprenderse de una de las perlas de su esencia. Siempre digo que tuve la inmensa suerte de contar con buenos maestros.
Conocí a Jorge
Cattenazzi en la Universidad de Morón, en un acto contra el festejo de los
quinientos años del encubrimiento de América, como le gustaba denominarlo a él.
Carlos Guarnerio,
Alicia Guzmán y yo habíamos escrito una obra sobre los quinientos años que se
llama “La vida por Colón”. La universidad nos había convocado para que
leyéramos algunos fragmentos.
Jorge Cattenazzi
fue uno de los que habló al respecto. Habló desde su magnífico ojo de docente.
Repasó los números entre las miles de páginas que leímos sobre historia en la
secundaria cuántas fueron dedicadas a historia antigua, moderna, contemporánea,
cuántas a Europa y el paupérrimo número que quedaba para historia nacional y de
América latina. Fue contundente como la derecha de Tyson en sus mejores
momentos. Yo le dije a Guarnerio: “Después de esto no se puede hacer nada
más. Hay que apagar las luces e irse”. Nos invitaron a subir al
escenario. Cuando terminamos entre risas y aplausos nos esperaban Jorge
Cattenazzi y Nora Cortiñas. Nora nos llamó la atención sobre la escena de Tupac
Amaru. Inmediatamente la suprimimos. Jorge nos invitó a leerla en un acto en
Temperley. Allí fuimos.
Hizo un asado en su
casa, nos invitó a conocer a su familia. Comenzó desde allí un ida y vuelta que
incluyó una visita al teatro Bululú para ver Solo Molo y estimularme con el
monólogo y la canción sobre Roca. Siempre tuvo su posición tomada en favor de
las reivindicaciones a los pueblos originarios.
Me dio la pólvora
para escribir “Disparates de la historia argentina”. Me facilitó archivos,
documentos directos, me dio clases magistrales. Luego colaboramos juntos con “Del
Cabildo al shopping” de Enrique Pinti y allí aparecen nuestros nombres en
sociedad en la contratapa.
Nos seguimos viendo
y reuniendo solo por el placer del encuentro, las charlas, la amistad, los
jugosos puntos de vista.
El año pasado lo
llamé y le dije: “Quiero hacer un espectáculo con episodios de la historia
nacional poco conocidos.” En distintos audios y correos me fue acercando un
maravilloso material. “Te lo doy como es, tu trabajo es transformarlo en
humor”. Le fui leyendo cada uno de los siete monólogos que derivaron de su
invalorable aporte.
Hace unos días lo
empecé a llamar porque quería ponerlo al tanto de que estábamos ensayando con
Eduardo Calvo y ambos estábamos contentos con el producto y con el material.
Extrañamente no me respondió.
Su hija Georgina me
envió un mensaje desde su celular. Estaba muy grave e internado. Un día después llegó el mensaje que nadie quiere recibir.
Nos reímos mucho de
la historia, de la vida, de nuestros puntos de vista. Aprendí tanto, tanto,
tanto. Me enseñó a leer y a cuestionar. “Vos tenés que ir por este camino
porque lo hacés muy bien”. Carajo, si eso no es un profesor, no sé que otra
profesión puede definirlo.
Escribo con dolor
desde la médula. Jorge es un pilar fundamental en mi búsqueda. Jorge es, fue y
será uno de mis grandes maestros.
Lo voy a extrañar tanto