El 19 de mayo de 1976 Jorge Luis Borges, Ernesto
Sábato, el cura Leonardo Catellani y el presidente de la Sociedad Argentina de
escritores, Alberto Ratti almorzaron en la Casa rosada con Jorge Rafael Videla.
En declaraciones a la prensa hablaron muy bien de ese encuentro y Borges apoyó
el golpe de estado. Dicen que esa pronunciación le costó la sistemática
desaprobación a su nominación al premio Nobel de la academia sueca.
Meses más tarde almorzó con Pinochet en Chile.
Alguien de su entorno le dijo: “Mire Borges que lo están usando, están usando
su imagen y su figura, y esta gente no tiene ningún prestigio, están haciendo
cosas terribles”.
Tiempo después Borges recibió a dos Madres de Plaza
de Mayo que le contaron lo que había sucedido con sus hijos e inmediatamente
puso su firma en una solicitada.
El 22 de julio de1985 Borges, con ochenta y cinco
años a cuestas y ciego asistió a una de las audiencias del juicio a las juntas
militares. Salió horrorizado y luego escribió para la agencia española EFE:
“He asistido, por primera y última vez, a un juicio
oral. Un juicio a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de
azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos
y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro
atroz que es el dolor físico (pero el hombre) hablaba con simplicidad, casi con
indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los
turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha.
No había odio en su voz”
Lo que ha sucedido con Borges es común a muchos simples mortales que tienen una posición política asociada a la versión de la historia que recibieron hasta que un día escuchan o leen una diferente.