Cora y Stephen - Stephen y yo

 


Stephen no lo sabe o quizás sí, y cuando develemos el misterio de las almas nos enteraremos, de que yo estoy con una parte de su vida yendo a mi casa.

Stephen Crane fue un periodista de guerra, un escritor notable a quien su colega Paul Auster le dedicó un libro de mil cuarenta páginas para colocarlo en el pedestal de los grandes maestros.

Supe de su existencia por una nota en Página 12 donde resumían un par de historias exquisitas que me impulsaron a ir tras sus pasos. En una hablaban de “El bote”, un cuento magnífico que encontré días después sobre cuatro náufragos soportando una tempestad en mar abierto. La otra historia fue Cora y Stephen, posiblemente autobiográfica, que cuenta la pequeña odisea de un hombre que por salir en defensa de una prostituta en Nueva York es perseguido por la policía y obligado a refugiarse con un nombre falso en un hotel de Florida. Una noche sale del hotel a recorrer aquellos bares donde suceden cosas interesantes y le dan sentido a nuestra existencia. Le llamó la atención una vivienda de luces tenues donde Cora, la madama del lugar, le ofreció la bienvenida y una jugosa conversación. Cora y Stephen hablaron de literatura mientras bebían. Stephen se dio cuenta, por lo que decía Cora, de que lo había leído. Mientras bailaban Stephen le susurró al oído que ella no creería quien es cuando le revelase su identidad. Ella lo miró y le aseguró que sí. “Yo soy el escritor Stephen Crane”. Ella guardó silencio y continuaron bailando.

Igual que me sucede con la música, cuando descubro a alguien que atrapa mi atención salgo en su búsqueda como un sabueso de Scotland Yard. En la librería donde habitualmente me proveo de estas joyas me dieron algunos títulos pero adelantándome de que sus libros los conseguiría en una mesa de saldos o en los puestos de usados de Parque Centenario. Los recorrí todos y solo atinaron a aconsejarme de que lo buscase por Internet. El rojo emblema del valor estaba en Mendoza y el costo del envío superaba al valor del libro.

Stephen Crane murió a los veintinueve años de tuberculosis en Londres. Los pocos años en que residió en este mundo les alcanzaron para hacer una obra monumental.

Bajo una lluvia impiadosa, camino a casa, con El rojo emblema del valor envuelto para encomienda recién llegado, que esperará su turno a que termine “El hombre que amaba a los perros”, un libro maravilloso sobre Trotsky que me recomendó mi amiga Mónica Rafael.