Faltan en mi mesa

 


En casa faltan mis hermanos,

se los llevaron una noche

tan larga como el cenit,

tan siniestra como la capucha del verdugo.

Faltan a nuestra mesa desde hace años,

sin aviso, sin recados,

sin señales de sus últimas horas.

Nos faltan las palabras de tantos corazones,

nos faltan los abrazos,

las rondas de mate y la poesía,

la palabra justa y la comunión para pasar el trago amargo,

la arenga reparadora en la derrota.

Nadie supo de ellos

y eran los mejores de los nuestros.

Tenían sueños que nos incluían,

un amor infinito para todos,

un andar por la vida inigualable,

una pasión inextinguible,

una lealtad arrolladora.

Lo poco que sabemos son datos oficiales,

testimonios crudos de sus paraderos,

de sus posibles destinos,

de sus traslados inciertos,

unas pocas confesiones

y ningún arrepentimiento,

oraciones que rezamos en silencio,

una marcha puntual que nos convoca

para jurar que no hay olvido,

para levantar sus banderas

y decir que no alcanzan las placas,

las siluetas que los representan,

los discursos, homenajes y obituarios.

El mantel está tendido como siempre.

En casa faltan mis hermanos.