𝐸𝑠𝑝𝑒𝑗𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠

 


Los periodistas y los medios en general, junto a intelectuales y docentes de dudosa moralidad son cómplices de deformar y esconder debajo de la alfombra ciertas infamias.

La historia funciona como la psicología: vemos el pasado, entendemos el presente para no repetir nuestros traumas en el futuro.

Si a la matanza de pueblos originarios la llamaron “Campaña al desierto”, al genocidio del pueblo paraguayo “Guerra de la triple alianza”, al bombardeo a la plaza de mayo “Revolución libertadora”, es natural que el aniquilamiento de 30.000 compatriotas se rotule como guerra de los demonios, excesos y otras deformaciones aberrantes.

El nombre equivocado al hecho sangriento o la falsa calificación hacen menos grave la felonía, intentan amordazar la indignación y anestesiar el dolor que produce la injusticia. No solo es una cuestión de falsos héroes. Es también la intención de deformar los hechos con crónicas absurdas que año tras año se repiten en las aulas para que se graven a sangre y fuego y nunca se discutan.

Los testimonios escritos que revelan las intenciones de las grandes personalidades se esconden y archivan para que la verdad no se propague en el conocimiento popular.

Nuestras ciudades, pueblos, calles y avenidas conservan monumentos a figuras que dejaron cicatrices profundas en nuestra historia, apellidos que derramaron sangre, mayordomos siniestros de un poder que desde épocas inmemoriales establecen sus reglas, imponen sus decisiones, persiguen, asesinan, difaman, ocultan, amparados en el manto de la impunidad.

Este flagelo nacional consigue brazos ejecutores tanto en las escuelas militares como en las universidades de economía. Ocupan el mismo rol que los apuntadores tienen en el teatro susurrando lo que deben decir los actores que ellos eligen, tiñendo de rosa sus oscuras decisiones. Ellos marcan los límites de hasta dónde, mintiendo sobre el consenso social, las estadísticas, el bien común, las políticas que achiquen el déficit fiscal que ellos mismos crearon.

Nunca aparecen sus nombres y apellidos. El sistema los ampara y protege como a los espías o los agentes secretos en las guerras. No tienen otra ocupación que mantener de manera ilegal los privilegios que se concedieron, encontrar nuevos intersticios en las leyes por donde poder colar sus actos criminales.

Mientras tanto consiguen distraernos con frívolos chimentos de ocasión, programas televisivos siniestros, espectaculares videos especialmente montados para adormecernos o mantenernos presos del odio o del desconcierto.

Hay que estar atentos y vigilantes, no dejarnos engañar con aquellas frases que revelan la estafa, mantener los ojos abiertos para evitar golpes y fintas, anticipar las repeticiones y el lifting a viejos slogans porque sino volveremos a entregar nuestro oro para mirarnos las manos rebosantes de espejitos de colores.