Mi hermana Ana se había reencontrado por las redes con el grupo de excompañeros con los que cursó los siete años de escuela primaria. Estaban en plena tarea de ir ubicando y llamando a todos los que seguían de alguna manera en contacto, que vivían cerca de la escuela, aquellos donde existía alguna pista para averiguar su paradero.
Se me ocurrió que le dijera al grupo que la había llamado
Martínez, que también había sido su compañero de escuela y que tenía muchas
ganas de verlos. Empezaron los comentarios de quienes no recordaban a Martínez
y los que mirando las fotos de aquellos años de escuela creían saber de quién
se trataba. En los días siguientes mi hermana contó que Martínez estaba
internado en un neuropsiquiátrico, que le mandaba mensajes y que no sabía cómo
había conseguido su teléfono. Martínez no tenía foto de perfil en el Whatsapp.
Martínez enviaba mensajes de voz muy raros. Escondido en
un placard, hablaba en voz baja y decía que tenía muchas ganas de verlos, que
esperaba que le dieran el alta pronto y de repente se escuchaba una voz
femenina que decía: ¡Martínez, Martínez! Martínez, ¿dónde está? Y él que decía
en voz baja: “Tengo que cortar. Espero verlos, chicos”
El grupo se convirtió en una caldera. Los que opinaban que
había que bloquearlo, los que decían: Pobre, Martínez, los que querían
averiguar yendo al lugar donde estaba internado.
Decidieron reunirse un sábado en la casa de mi hermana. La
cita fue a las 21 horas y estaban actualizando sus caras, recordando sus días
de escuela cuando sonó el timbre de calle. Mi sobrina fue a atender. Era
Martínez. Silencio general y los consejos pertinentes. “No lo hagas entrar”,
“si salió es porque está bien”.
Martínez entró con sombrero de cuero marrón, lentes negros
y un sobretodo cargando una bolsa. Se podía ver caras de desconcierto y de algo
parecido al terror.
-Hola, chicos. ¿Se acuerdan de mí? ¡Qué alegría volver a
verlos! Traje algo para todos porque estaba muy contento y ansioso por verlos
-dijo Martínez mientras metía la mano en la bolsa y sacaba naranjas ante el
estupor general.
-¿Les gustan las naranjas?
-Siii -contestó una mujer con nerviosismo.
Empezaron a hacerle preguntas a Martínez.
-¿Dónde estás viviendo?
-En un centro de atención. Me escapé para venir pero no
pasan a ver las camas hasta las 10
-Son las 9 y media -dijo uno de los hombres con tono de se
te hace tarde.
-Dejé un bulto en la cama y lo tapé para poder venir a
verlos. No se van a dar cuenta de que no estoy. Estoy tan contento de verlos!
Cuando Martínez metió la mano en uno de los bolsillos del
sobretodo uno de los ex compañeros de mi hermana llevó su mano a la parte de
atrás de la cintura y dijo
-Mire que yo estoy calzado!
-Ya me di cuenta -dijo Martínez. ¿Quién va a venir
descalzo a una reunión así?
Y Martínez sacó un pañuelo para secarse las lágrimas por
la emoción.
El silencio era el de solemnidad al ver a un hombre
llorando.
-Ya van a ser las diez! -comentó otro.
Nadie se movía de su silla. Todos observaban a Martínez.
-¿Qué es de sus vidas, chicos?
En la tensión de la escena nadie reparó de que en la
cocina mi madre no podía contener la risa.
Cuando Martínez notó que una de las mujeres se ponía muy
nerviosa empezó a sacarse el sombrero, los anteojos, el sobretodo para decir:
Soy el hermano de Ana, su compañera de primaria. Yo egresé tres años antes de
la misma escuela a la que fueron ustedes. Buenas noches.