Dogma de fe

 


Cuando la iglesia católica toca asuntos sobre los que no puede sostener con argumentos, cuando caen en picada sus fundamentos, recurre a un rótulo salvador, una especie de paracaídas de emergencia: dogma de fe, algo así como creer o reventar. Con la llegada de la Inquisición entendimos cómo reventaban los que no creían y cuál era su destino de fuego en el infierno para quienes no adoraban a Dios como los bancos al dinero.

Entré a la iglesia de Olivos después de muchos años para cumplir con el sagrado compromiso de acompañar a un amigo en una ceremonia en la que depositarían las cenizas de sus padres en un lugar destinado a tal fin. Mi amigo y yo asistimos durante algunos años a su colegio parroquial y fuimos compañeros de división.

Desde chico percibí en las iglesias algo que me provocaba un intenso malestar y una profunda contradicción interior. Las figuras de esos santos, las heridas de Cristo, el sufrimiento de su madre María. Con los años entendí que lo que me hacía daño era el culto a la muerte, al sufrimiento, al dolor, a un calvario que tenía como premio la firme promesa de la verdadera vida y resurrección después de la muerte.

Observé el templo con otros ojos que no eran aquellos de la niñez y la adolescencia. Había un cambio sustancial en lo que yo recordaba. La migración de sus fieles a otras religiones los obligaron a modificar y actualizar sus inquebrantables leyes, a adaptarlas para una sociedad en cambio y evolución permanentes. Durante siglos no habían hecho mea culpa de sus inconfesables pecados. Durante siglos desconocieron al psicoanálisis porque temían que los sacerdotes perdieran su lugar de privilegio en la confesión y su poder curativo de las almas. La iglesia siempre consideró la cremación como un acto pagano y no lo aceptaba. Ahora aceptaba las cenizas de los difuntos y construyeron una bóveda (cinerario) donde luego de una ceremonia de oración se depositaban en ella. Una columna de un metro y medio de altura con una boca que contiene un recipiente cóncavo que gira sobre sí mismo para poder volcar sobre el interior las cenizas. Cada familiar se acerca al cinerario con la urna o la bolsa que contiene las cenizas del ser querido, las vuelca en el recipiente, se las despide en una oración que pronuncia el párroco y algunas palabras de sus familiares y al hacer girar el recipiente de metal caen en el interior de la columna. Fueron seis los restos depositados. Me pregunté qué harían con las cenizas cada vez que se llenara el depósito.

Como parte de la liturgia el sacerdote pronunció una oración para que las almas de quienes despedíamos físicamente fueran recibidas en el Cielo por un coro de ángeles asignados a tal fin y que luego de los sagrados cánticos fuesen guiados en caravana ante el trono de Dios padre. No sabemos, nadie lo ha explicado, cómo es que conocemos esta ruta si nadie regresó para contarnos qué ha visto del otro lado de la frontera de la vida, algún testimonio que asegure su existencia, la efectividad en la súplica en oración que rezaron sus familiares para un feliz viaje a las alturas y un cálido y amoroso recibimiento en destino.

Los vikingos también creían en otra vida, en un sitio donde continuarían librando sangrientas batallas, invadiendo, degollando y tomando esclavos para su sacrificio. Un lugar llamado Valhalla donde se reencontrarían con viejos camaradas de guerra con quienes brindarían hasta ponerse ebrios por viejas y futuras victorias. Tampoco hay testimonios ni material bibliográfico que corrobore su existencia aunque la diferencia sustancial entre el destino cristiano y el el vikingo radique entre un clima de nubes y salmos y otro de lucha despiadada y continua.

Algunos observan con escepticismo los ritos de los pueblos originarios, su culto a la tierra, su respeto por todos los animales que la habitan y hasta puede hacerles gracia que esos pueblos crean en la Danza de la lluvia para invocar una precipitación que termine con una devastadora sequía, como otros pueden creer en el incienso, que representa a la nube de humo que Dios envió para liberar a los israelitas de la esclavitud, como creen en las velas, en las estampitas, en los ramos de laurel y en las espigas de trigo para que San Cayetano no nos haga faltar el trabajo.

Es cuestión de creer o reventar.