El amor y la cumbre del Himalaya

Perla siempre le prestó atención a las cosas importantes de la vida.
“La cumbre del Himalaya, cuyas nieves hasta ayer eran eternas, se está derritiendo”.
Por eso siempre Perla cruzó las calles y avenidas sin mirar con atención al tráfico, por eso vive con el candor de la adolescencia con mejor suerte que las nieves del Himalaya. Perla es una novia permanente.
A los 16, cuando ya era la mujer de la vida de Armando, cruzó sin mirar la avenida San Martín y un auto casi la atropella. Armando corrió detrás de ella. Pasado el susto Perla dijo: “¿Qué haría yo si le pasa algo al futuro padre de mis hijos?” Tuvieron dos: Silvina y Alejandra.
Perla y Armando son ese tipo de parejas que simbolizan la historia de amor que Shakespeare no pudo escribir.
Armando tiene códigos inviolables, inalterables, innegociables. Armando puede renunciar a todo, menos a Perla, por aquello que considera justo, noble y necesario. Su vida fue siempre así y eso lo coloca en el lugar de terquedad que solo tienen los indispensables. Doy fe.
Y con cada decisión de Armando, Perla acompañó, estimuló, apoyó.
Y dejaron todo o casi todo, menos a ellos y se fueron a La Falda.
Y sortearon vientos, lluvias y granizos como aquella tarde sortearon los autos que no se detenían en la avenida San Martín.
Perla se descompuso. Fueron al hospital.
Armando lloró una hora sobre el hombro de la doctora que le dio el diagnóstico. Luego prometió transmitírselo a Perla pero no pudo. No era como sortear los autos, las lluvias, los vientos y los granizos.
La médica entró a la habitación de Perla y sentada en su cama hablaron un rato y lloraron juntas. Armando esperaba afuera.
Cuando la médica abandonó la habitación Armando le preguntó qué le había dicho. La médica lo miró a los ojos y le dijo: “Lo primero que me preguntó es ¿cómo está Armando?”
Perla siempre le prestó atención a las cosas importantes de la vida.