Yo ví que vos veías
desde tu magnífica visión nuestra ceguera,
no la hija del dolor y de la rabia,
sino la del espanto.
Yo vi que vos veías
que siempre tuviste tu lugar entre nosotros
y no son suficientes estas lágrimas
para esos gestos tuyos.
Recuperé tu voz aquella noche
volviendo de un letargo absurdo
en el que no hubo llamados,
encuentros, abrazos, emociones.
Y solo murmuraste mi nombre,
quebrando toda distancia,
llevándome a médanos, pinos y fogatas en un vuelo.
Yo vi que vos veías
el silencio lacerante, nuestro duelo
partiendo y compartiendo en tantas partes una torta
con nuestro partido corazón.
Yo vi que vos veías
lo mucho que nos duele