Lo alcanzó la
muerte, como antes la justicia, sin que pudiera entender que no era Dios, que
decidir entre la vida y cómo sería la muerte de las personas no lo convirtieron
en otra cosa que un asesino, uno de los más macabros asesinos. Murió. Murió creyendo
haber sido importante para su Patria, cuando en realidad fue solamente el
eficiente mayordomo de un poder que se ocupó de formarlo y destacarlo como buen
alumno en la Doctrina de Seguridad Nacional norteamericana y la Escuela Francesa de la guerra contra
Argelia, para tener el camino libre para llevar a cabo un plan con fines
económicos.
Murió Videla. Lo
dicen los diarios hoy y lo comunicaron los medios durante el día de ayer. Murió en una cárcel común. El guardia, desde
su celda, pidió la asistencia de un médico porque no respondía. Padecía de hipercolesterolemia, hipertensión,
arritmia y cáncer de próstata. Lo encontraron
sentado en el inodoro de su celda, cerca de su origen.
Hay que explicarle a los jóvenes que no padecieron su tiempo en el
poder quien fue. Hay que decirles, contarles qué hizo, que plan siniestro llevó
a cabo, incluso aquellos que jamás les provocamos a nuestros hijos miedo con la
oscuridad y con el Cuco, aunque esté bien demostrado que estos dos existen,
porque éste que murió representa perfectamente al monstruo y su mandato, sus órdenes,
sus miserias, la parte más oscura de la naturaleza humana.
Los hechos necesitan proyección para hacer historia. Hay quienes
en este país y en el mundo escribirán en sus libros su nombre y apellido
rodeado de otras circunstancias, en otra lectura, en otro contexto, como
escriben algunos sobre Hitler, Papá Doc, Pinochet. No le demos espacio,
contemos lo que vimos, que no quede en el olvido lo que pueden hacer seres
despreciables como él, gente sin alma.
Mi maestro de historia, me hizo escuchar una tarde un disco de un
show de Sabina que tenía la canción de despedida al cortejo fúnebre de un
dictador como Franco, especialmente reservado, como se reserva un champán para
momentos como éste. Pero no es necesario. No es necesario darle un lugar de
importancia a esta muerte. Hay que darle un lugar y preponderancia a lo que
Videla hizo en vida, para no confundirse, para enterrar con él el tiempo en que
vivió en libertad en su casa de Belgrano como si fuera un vecino más con el que
compartimos el ascensor, los pasillos, la puerta de entrada.
Los que creen en la justicia divina pensarán en su juicio. Si esto
es cierto, puede Videla encontrar en el otro mundo quien lo defienda, aunque no hallará quien lo indulte.