Extraño mi vida de streaper.
Para que lo voy a negar. Gastaba poco en lavadero, siempre tenía algún extra,
no estaba obligado a usar corbata como ahora en la oficina.
Ya se que ser bien dotado me
daba privilegios. Para que lo voy a negar. Pero también atraía mucha envidia
entre mis colegas y eso se paga caro. La noche del accidente mas de uno salió a
festejar el fin del número “El perchero”.
Saltè a la fama una noche en
dupla con Nancy, la pantera del
infierno. Los dos nos desnudábamos y ella iba colgando la ropa que se sacaba en
mi miembro. El ambiente se puso caliente y las espectadoras de las primeras
filas se animaron a subir y colgar también sus prendas. 14 tapados y 8 bufandas
me colgaron esa noche. Fue la apoteosis. Había un clima de excitación tan
grande, tanta confusión, que una mujer salió del baño bastante pasada de copas
y se fue sosteniendo hasta la mesa como si yo fuera un pasamanos viviente. Como
se puso la leonera en ese momento!!!
Tres años de éxito
ininterrumpido con “El perchero” pero el dueño me empezó a pedir otras
performances porque había mujeres que venían varias veces y preguntaban si
seguía yo con el número. Una apareció una noche con una alfombra y un palo para
colgarla y sacarle la tierra a golpes y me negué rotundamente. Allí me convencí
de cambiar.
“El lazo” duró poco tiempo.
Entraba disfrazado de cowboy que va para un rodeo y revoleaba mi atributo por
arriba de la cabeza. Una noche se me fue la mano y voltee una jarra de clericó
haciendo un enchastre sobre las mujeres que estaban en la mesa y el dueño me
bajó el pulgar. En las giras, cuando salíamos al conurbano con la combi todos
juntos, seguía con “El perchero” pero con Nancy armamos otro éxito bárbaro que
fue “El trapecio” pero empezamos a tener problemas cuando no quería cortarse un
poco las uñas.
El declive vino cuando
empezaron a opinar y hacer sugerencias con los números los amigos del dueño.
“El Gran Bailarín” salió en esa época y tenía que pintarlo de negro y usarlo
como bastón, salía con una galera como único vestuario. Y vino “La Cachiporra”
vestido con una gorra de policía y otras sugerencias que duraban muy poco. Me
pintaron una noche para que hiciera “El tubo fosforescente” y empecé a cansarme
de tantos cambios y ver como las mujeres se reían más de lo que se excitaban,
como con “El pirata” donde aparecía desnudo con una pierna dobla a la rodilla
y atada a la espalda.
Empezaron a decirle a las
chicas que me esperaban a la salida por autógrafos que yo era gay. Y el público
empezó mermar junto con mi fama.
Una noche, estrenando un
número nuevo, “El periscopio” donde me subían al escenario metido en una caja
pintada de gris. Me subían y me bajaban en medio de una música estridente,
nadie se dio cuenta que había ventiladores de techo en ese lugar de mala
muerte. El cirujano hizo lo que pudo.
Ahora estoy poniendo sellos en
el banco. De vez en cuando me reconoce alguna mujer del público y me pregunta
dónde cuelgan la ropa en esta sucursal.