Golpean el puño contra las mesas indignados.
Su indignación llega a la gente común, son escuchados,
tienen buenos voceros, comunicadores, gente que difunde su pensamiento crítico, noble, visionario.
Se definen como demócratas, amantes de las leyes y las
libertades individuales. Despotrican contra el gobierno que cercena sus
derechos, no les permite invertir, ni negociar en dólares libremente sin que
aclaren antes el origen de la moneda extranjera.
Patrocinan periodistas de buena pluma y pensamiento
afín, utilizan frecuentemente las palabras ética, moral, principios,
eficiencia, prosperidad, futuro, desarrollo, marco, coyuntura, mercado, reglas,
beneficios.
Son patriotas sin bandera ideológica.
Hablan de las necesidades de la gente, del deterioro
económico, de la pobreza, de la deplorable situación de la salud pública, de
las escuelas donde estudian nuestros niños, de la inseguridad, de la falta de
valores, de respeto, de la corrupción arraigada en las altas esferas, en los
miserables que gobiernan, en los ineptos, en los ineficientes, en la falta de
diálogo, en escuchar a la gente.
Vienen de buenas familias.
Acostumbran a permanecer en el anonimato pero apoyan
causas farandulescas que los representen, gente bien, con voluntad en dar
trabajo, en abrir fuentes y mercados, en llevarnos de la mano al mundo
desarrollado y sacarnos de esta marginalidad.
Según el informe oficial de Suiza, en sus bancos hay
cuarenta y cinco mil millones de dólares no declarados al fisco que provienen
de argentinos.
Están indignados. La corrupción no tiene límites y
viene desde arriba hasta el último. Y tienen razón.