Linyeras

En todos los barrios hay uno. Ahora se ven menos o tienen una apariencia distinta a la que vimos nosotros en otros tiempos.
En el barrio de mi infancia existió un linyera que pasaba siempre con libros debajo del brazo. Era educado, muy correcto al expresarse, cordial para pedir un vaso de agua o un poco de comida. Decían que era hijo del arquitecto Maquiavelo.
Uno se pregunta qué pudo haber estallado en su interior para elegir vivir en la calle. En qué momento  la gente patea el tablero de la vida y decide vivir a la buena de Dios, sin rumbo, sin hogar, sin familia, dependiente de la caridad de la gente.
Se instaló un día a veinte metros de la esquina de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, bajo un alero diminuto del Banco Francés. Tenía un colchón y dos perros enormes que compartían la cama con él y a quienes cuidaba con abnegación. Alguien le regaló un televisor y era rara la escena de verlo acostado con los perros al lado viendo una película o desayunando sentado en el colchón mirando las noticias. La gente pasaba y lo saludaba. Una vez lo vi con un micrófono. Pensé muchas veces cuánto tardaría el Banco Francés en tomar medidas.
Enfermó en el invierno. Lo internaron en el Fernández y allí murió.
Curioso esto de un barrio paquete que le hace un homenaje a un linyera en la pared donde apoyaba sus pocos enseres.