Corre la fiebre con la misma prisa que el mal
y la gente espera que toque a su puerta.
Espera también la voz y la mano señalando el rumbo.
Lula es el padre de Brasil
que despertará a su hijo de una pesadilla a medianoche.
Todas las calles pronuncian su nombre,
cada rescatado de la miseria lleva sus iniciales.
La fe ha dejado de mover montañas
y solo en las manos de Lula
no se escurren los sueños ni las esperanzas de los
brasileros.
A la hora señalada,
ésa que marca el destino inexorable,
andará como una ráfaga de viento
la ilusión que conduce al futuro.
Se han cansado de darnos señales y amenazas,
ya probaron germinando la injusticia,
sembrando el odio,
acallando voces,
encarcelando líderes.
Todo condujo a esta triste certeza,
a esta niebla que agobia,
a esta sensación de ahogo.
Encarcelaron a Lula antes y luego a Brasil.
Duele que una turba de canallas,
una pandilla de cipayos,
un club de delincuentes
estén haciendo noche en nuestra casa.
Despertaremos juntos para andar,
abriremos las ventanas y el corazón.
Más que la muerte puede el olvido
y nosotros no olvidamos.