El valor de las cosas

 


En un Mundo cada vez más cuantificado es imposible definir el valor de una llamada oportuna, una carta emocionante o una lágrima derramada con justa razón. En el afán de medir o asignarle un número a todo miramos las estrellas y calculamos la distancia que nos separa de ellas.

Contamos los goles convertidos por las estrellas, el monto de sus contratos, sus ventas. El valor le ha quitado su lugar al efecto que miles de objetos y gestos producen en nuestra humanidad.

Algunas personas hablan de sus mascotas resaltando lo que gastan en ellas. Y los poetas que se inspiraron en la Luna leen en los periódicos el enorme presupuesto que destina la NASA en conquistarla.

La desilusión y la expectativa carecen de registros contables.

Tomamos fotografías para congelar momentos con la secreta ilusión de perpetuarlos. Aquello que duró un segundo ya sucedió. Las décadas lo empequeñecerán y la imagen inmortalizada nos llevará al lugar y al momento una vez más para dejarnos huérfanos. Buscamos inventariar y rentabilizar los instantes de felicidad extrema.

El contador dice que utilicé: 203 palabras, 1036 caracteres, 7 párrafos, 23 líneas y que esos valores no indican nada ni están contemplados en ninguna estadística.