La muerte de los próceres

 


Algunos próceres de nuestra juventud

se han vuelto viejos, pesados y torpes,

arrastran los pies por los escenarios

por el peso infame de la decadencia.

No fue el Alzheimer y su voracidad

la que empujó al olvido su rebeldía,

su espíritu crítico, su posición tomada,

su enfrentar al mundo, su osadía

No fue una enfermedad senil

la que derrumbó sus sueños

de un mundo libre sin muros ni fronteras,

de una igualdad ante la ley y una justicia atea.

Leo sus declaraciones, escucho sus comentarios

y por ser yo naturalmente optimista

rezo por mí mismo y en silencio

estar viviendo una atroz pesadilla

No niego que el paso de los años influye,

que mente y cuerpo se agrietan,

que mueran neuronas sin remedio,

que se olviden viejas banderas,

que se apaguen nuestros seguros faros

en medio de una noche tormentosa,

lejos de tierra firme

Me rehúso a justificar condiciones contractuales,

a pactos a escondidas de la gente,

a demandas de siniestros productores

a vivir en forma apacible sin villanos cerca.

Olvidaron letras y argumentos

con la mansa dejadez,

con la insulsa premura

de quien se echa a dormir una siesta

Algunos próceres de nuestra juventud

a los que les faltaba recato y les sobraba bravura,

a quienes rendíamos devoción de compañeros,

aplaudíamos con incendiario entusiasmo,

seguíamos con ciega lealtad

nos decepcionan

No creo que se deba a la mudanza de barrio,

a frecuentar otros aplaudidores,

a sentirse parte de,

a renegar de los pecados de juventud,

a cierta amnesia transitoria.

No creo que sean los espejos que no vimos,

aquella famosa raíz imperceptible,

esa falta condena “Siempre fueron así”

Cien veces peores que la bomba de neutrones

son la desilusión y el desencanto