A simple vista cualquiera podría decir que es una vieja mesa, pero como
cualquier objeto histórico cobra dimensión si conocemos su procedencia o el
lugar que ocupó. Es una mesa del Bar El Taller, un polo cívico y cultural de mediados
de los ochenta.
Allí pudo haber compartido su arte Luca Prodan, Oscar Moro, Hilda
Lizarazu y tantos otros. Porque esa mesa formó parte de una escenografía única,
un sitio donde se reunían artistas y parroquianos bohemios que lo visitaban
como refugio contra todos los males de este mundo.
Sobre esta mesa se apoyaron platos, pocillos de café, vasos, botellas,
libros, cartas y cuadernos de apuntes.
Esta madera conserva memoria. Lágrimas que se evaporaron hace tiempo
siguen allí junto a promesas y juramentos que nunca se cumplieron.
Sobre estas tablas se libraron cruentas batallas de ajedrez, alguien me
dijo “El más violento de todos los deportes”.
Si uno se acerca con cuidado puede escuchar el murmullo de viejas
conversaciones amorosas, una disculpa, un pedido de perdón, una confesión, un
ruego, una frase filosa y profunda como las heridas de muerte, un anuncio que
será motivo de brindis.
A simple vista cualquiera podría decir que es una vieja mesa.