A
medianoche la muerte anduvo por el pueblo. Se llevó al viejo Pablo y al menor
de los Menéndez. Algunos dicen que la vieron pasar en su caballo negro con el
viejo en la grupa y el niño en un brazo. Yo no creo en esas cosas ni tampoco en
lo que dice el cura en misa. Lamento lo del niño. Había nacido hacía unos días
y no vio mucho de este mundo antes de cerrar los ojos para siempre.
Aprendí
con los indios que la muerte es tan sagrada como la tierra que pisamos y no hay
que temerle porque es justa y puntual como la lluvia y el sol.
Creo
que la leyenda sobre la aparición de la muerte y su caballo negro nació en
tiempos de lo que llamaron la conquista del desierto, días en que los
pobladores encontraban en las afueras del pueblo a los indios muertos. Fue una
manera de confundir la crueldad humana con la compasión religiosa, ponerse a
distancia del asunto y cargar la culpa en el misterio. Y así siguieron luego
con las pestes y con los campesinos que hacían huelga. La muerte en su caballo
negro era la responsable.
No
había órdenes ni decisiones de nadie, la muerte actuaba por cuenta propia. Ella
elegía a quien se llevaría como si contara con una lista. Una vez le pregunté
al cura qué pensaba. Me dijo que era parte de los misterios de Dios, pero dejó
de hablarme y me retiró el saludo cuando le dije que resultaba más misterioso
que la muerte visitara durante la noche solo a los pobres campesinos y no a sus
patrones.
Algunos
creen que lejos del pueblo, solo y aislado, estoy jodido. Yo creo que es una
bendición. No me entero ni me enredo con chismes y supersticiones. No tengo que
saludar a nadie por obligación ni mendigar trabajo para hacerme de unos pesos,
como la mayoría de los peones. Además, en el pueblo no soy bien visto y las
pocas veces que voy me siento un extranjero. Noto que a mis espaldas me señalan
y si me cruzo a una mujer con un niño de la mano, al verme lo alza como si
intentase ponerlo a salvo del demonio. Una vez, hace tiempo, Jonás, el del
almacén, me dio a entender que murmuraban espantados porque me escucharon
hablar de cosas indebidas y que en mi rancho escondía libros prohibidos.
En
las noches escucho el susurro del viento, miro las estrellas y a la luna que
siempre anuncia cómo será el día siguiente. Cuatro perros fieles y bravos
custodian mi rancho y, si el cuento de la muerte a caballo es cierto, ellos me
avisarán antes que nadie que viene a buscarme.