El loco

 


Me lo regaló un amigo. Está escrito por Hernán Brienza como una novela, una de esas historias que sabemos que termina con la muerte del protagonista. La diferencia es que a partir de esta muerte comienza otra historia en mi país. 

Fue el primer golpe de estado al último patriota que conservaba el espíritu de la Revolución de mayo, línea que continuaron Mariano Moreno (también muerto), Manuel Belgrano (olvidado en la miseria), José San Martín (exiliado) y José Gervasio Artigas (exiliado) 

En mi formación como estudiante, no entendí la ejecución de Dorrego, contada dentro de una ensalada de muertes en tiempos caóticos. 

Lavalle asesinó a Dorrego. No hubo juicio. Le dieron dos horas para que escribiera las cartas de despedida a su familia. 

Lavalle no actuó solo. Fue instigado a asesinar por hombres que hoy tienen calles y avenidas que llevan su nombre. Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, el Almirante Guillermo Brown le escribieron al asesino para “cortar la cabeza de la hidra, para desenvainar la espada que propiciará la paz” en cartas que “deben destruirse”, una orden o sugerencia que Lavalle no cumplió. El verdadero poder, como en la mafia, siempre a las sombras, siempre al acecho. 

Dorrego fue un destacado oficial del Ejército del Norte, líder nato de la tropa a cargo por su osadía en combate, un desmesurado arrojo que lo llevó a ganarse el mote de loco. Fue artífice de transformar en victorias batallas perdidas gracias a su arrebato indomable. 

Carismático y dueño de una brillante oratoria, supo ganarse el respeto y la admiración de unos y el odio de otros, entre ellos Pueyrredón quien dio la orden para su destierro. Después de una extraña aventura entre corsarios, terminó en Estados Unidos y allí observó el modelo republicano y de autonomía de estados. 

Su gobernación, además de tomar en cuenta al Interior y a sus caudillos, mejoró las condiciones de jornaleros y los sectores más humildes de la sociedad de entonces. 

Sus huesos volvieron a Buenos Aires un año después de su asesinato y el cortejo fue acompañado por una multitud. 

El centro del poder unitario y los vinieron después aprendieron que el fraude y las armas para un golpe de estado son recursos posibles para mantenerse en el poder. 

Manuel Dorrego tuvo una larga lista de traidores que armaron el escenario para su caída política y su muerte, festejada con entusiasmo por cipayos y diplomáticos de la corona británica.