La primer oferta de dos millones de dólares fue considerada un despropósito, y yo la califico como una ofensa a la humanidad, si tenemos en cuenta que comparamos la excentricidad de un millonario con los miles de dólares recaudados en Africa y en Medio Oriente, entre multitudes de indigentes y heridos de guerra, que seguían la subasta por televisión con las caras apoyadas en el vidrio de las casas de productos electrodomèsticos.
Vale mucho màs uno de los dos. El que le pasò màs cerca. Ese es impagable, aunque jamás cotizarìa en Bolsa porque sus empleadores, aunque quieran que se vaya ahora, le deben eterna gratitud.
Y la gente espera un milagro. Que en alguna de todas las repeticiones uno de los dos de en el blanco y lo deje fuera de combate, como hicieron blanco dejando fuera de combate tambièn, las miles de toneladas de bombas que èl mandò a arrojar desde su sillòn en la Casa Blanca. Muchos desearon en ese instante irrepetible, que en el trayecto uno de los dos se transformase en una de esas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron a pesar de la intensa búsqueda de todos estos años.
Fueron solo dos zapatos. Los dos zapatos de alguien con mucho coraje. Alguien que en una acciòn simbólica pensò: “me gustarìa que se pusiera en mis zapatos” sin enunciar la invitación, hacièndola pràctica.
Ese periodista y sus zapatos merece un monumento. Uno que represente a los millones que deberíamos andar descalzos desde hace años de tanto arrojar zapatos a los infames que nos gobernaron con idèntica pericia e iguales mètodos. Los millones de descalzos involuntarios nos estarìan agradecidos.
Vale mucho màs uno de los dos. El que le pasò màs cerca. Ese es impagable, aunque jamás cotizarìa en Bolsa porque sus empleadores, aunque quieran que se vaya ahora, le deben eterna gratitud.
Y la gente espera un milagro. Que en alguna de todas las repeticiones uno de los dos de en el blanco y lo deje fuera de combate, como hicieron blanco dejando fuera de combate tambièn, las miles de toneladas de bombas que èl mandò a arrojar desde su sillòn en la Casa Blanca. Muchos desearon en ese instante irrepetible, que en el trayecto uno de los dos se transformase en una de esas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron a pesar de la intensa búsqueda de todos estos años.
Fueron solo dos zapatos. Los dos zapatos de alguien con mucho coraje. Alguien que en una acciòn simbólica pensò: “me gustarìa que se pusiera en mis zapatos” sin enunciar la invitación, hacièndola pràctica.
Ese periodista y sus zapatos merece un monumento. Uno que represente a los millones que deberíamos andar descalzos desde hace años de tanto arrojar zapatos a los infames que nos gobernaron con idèntica pericia e iguales mètodos. Los millones de descalzos involuntarios nos estarìan agradecidos.