La fuerza de la sangre

Los destinos que Dios no alcanzó a trazar suelen quedar en manos de simples mortales, de seres comunes, desprovistos de todo encanto y todo poder.
Flavio nació en una familia de abolengo, de refinada estirpe, que supo engalanar y presidir las fiestas de la mas rancia y aristocrática sociedad brasilera, privilegiados desde sus orígenes por el poder y aquellos que con el poder gobiernan.
Flavio siguió el camino natural de esa tradición hasta que decidió ser arquitecto de un destino nuevo, timonel de un rumbo errático y disloco para unos parientes que podían aceptar y comprender un futuro religioso como primera elección, pero que jamás de los jamases acordarían, que con la intensa práctica de esos conceptos y sus dogmas, que con el recorrido en el dolor y la pobreza de los creyentes y la lectura de diabólicas escrituras, haya abrazado como a la fe la doctrina comunista.
Flavio salió a andar el mundo porque Latinoamérica lo es en todas sus formas y recaló en Uruguay, donde conoció a María Teresa, una mujer de ascendencia indígena con la que viajó a Argentina huyendo de la persecución política, que no hacía otra cosa que reafirmar lo acertado de su elección, la convicción de sus ideas, su fervor de lucha.
Su mujer, persona de escasa formación académica aprendió a asociar las teorías que argumentaba su marido en las tertulias de intelectuales, con lo que su vista agudizaba para entender que las heridas ancestrales de los pueblos que ella recorrió tenían un origen común, un génesis de otra Biblia que escribió un apóstol distinto a los que nombra el clero en las homilías, conocido como Karl Marx.
El derrotero de esta familia que ya contaba con una hija variaba al compás del devenir político del sitio que les acogiera en cada periplo. Flavio fue preso. María teresa no tuvo demasiadas alternativas con otro hijo en camino, que erigirse como único sostén y quizás haya lamentado, hasta el arrepentimiento, haber confiado por recomendación de su esposo a su hija Solange a la familia de éste, quienes la recibieron mas que por obligación de la sangre en solidaridad, como garantía de la derrota del hijo descarriado. El frente familiar se había conformado. De un lado los triunfadores y su inagotable riqueza, del otro, quienes creen que el mundo se gesta con teorías, puños en alto, lucha de clases y todos esos enunciados panfletarios que conducen hacia donde Flavio ha elegido: la prisión.
Flavio ignoraba en otros tiempos que su núcleo familiar tenía en claro el nombre y apellido de los responsables de tanta locura, y a la lista de quienes fundaron el socialismo le agregaron los de una desconocida uruguaya, de origen indio, de creencias vulgares, de aborrecibles rasgos, de insana ideología y dudosa moralidad que bajo ningún concepto podía hacerse cargo ni siquiera de su propia vida.
Por eso esa familia, como quien se coloca un barbijo para evitar el contagio, con obsesiva prolijidad se encargó año tras año de ir borrando en Solange las huellas del pasado. En cada envío de correspondencia desde el extranjero, separaban las fotografías que recibían y con cuidadoso esmero y dedicación recortaban la imagen de quien Flavio había elegido como compañera hasta su muerte.
El recorte de las fotos para ignorar una existencia, precedió a la firme decisión de desheredar a quien había intentado manchar el buen nombre familiar.
Solange fue enviada a otra finca familiar para ser educada en los más nobles preceptos que la sociedad impone, libre, apartada de sus orígenes, de sus hermanos y de su cultura.
Los años en el exilio, la trascripción del contenido de las cartas para autorizar lo conveniente a las buenas costumbres familiares, la selección de y de los relatos que Solange podía escuchar, las fotos amputadas y el agregado de un nuevo mensaje y una infamia: “tu madre te ha vendido a nosotros”.
Los destinos de ambas familias fueron distintos, una novela que nadie escribió con dos versiones distintas a uno y otro lado de una frontera que no registran los mapas.
Las nuevas tecnologías hicieron que se encuentren Solange con una de sus hermanas a través de Internet. Desde el primer contacto cibernético al cara a cara pasaron muchos días, pasaron días como antes pasaron años.
La sangre puede más y explica muchas veces lo que no pueden las palabras. Por eso ambas entendieron sus verdades tan distintas sobre las mismas personas.
Por eso ambas se entendieron en silencio y supieron que una y otra hablaban con el corazón.
El destino no se lee como un mapa. El destino es imprevisible y muchas veces escabroso.
Pero aún más escabrosa es la decisión de quienes trazan el de otros con rasgos torpes, forzados, crueles.
La sangre se parece al río. Tarde o temprano retoma su cauce.