El gato llegó una noche, recién destetado, mi hermana Tere lo bautizó Pompón y se lo presentamos al hasta entonces rey de la casa Kent, que había llegado en condiciones similares dos años antes.
Cuando vió al intruso no dudó y entre dos logramos que no convirtiese al recién llegado en un canapé.
Durante los primeros días, cada vez que el perro se acercaba al gato se escuchaba un reto y el acto reflejo de retroceder sobre sus pasos se volvió cultura para ambos.
Apoyado por el aparato represivo, el gato aprovechaba su ventaja. Si estaba sentado en una silla y el perro pasaba cerca, el gato le tiraba un manotazo al lomo quedándose con un manojo de pelo entre las garras. Kent lo miraba de costado, como si lo midiera, o quizás enviando una amenaza silenciosa.
Cuando Kent se echaba a dormir en la cocina, el gato venía a la carrera, saltaba en su cabeza y le mordía una oreja. Kent aprendió a usar con ciertos límites su supremacía física. Abría la boca y dejaba dentro de ella la cabeza completa de Pompón. El gato trataba de zafarse haciendo un esfuerzo inútil con sus patas delanteras contra la cara de su carcelero. Kent lo soltaba y el gato salía peinado a la saliva.
He visto juegos de amistad increíbles.
He visto al gato trepar al naranjo, al perro empujarlo con el hocico desde abajo y el gato darse vuelta para agarrarse de la cabeza de Kent y salir montado a galopar por el fondo de la casa.
El gato creció y como sucede en estos casos, comenzó a hacer mas largas las incursiones por el barrio. Y volvía con claras señales de sus batallas con otros machos disputando quién sabe qué amor furtivo.
Cuando la medición de fuerzas con otros gatos lo obligaban a batirse en retirada, encontró la salida perfecta. Escapaba por el cerco de un vecino que oficiaba de pasadizo y salvoconducto hacia una vieja viga de ferrocarril que inclinada daba a nuestro jardín. Abajo esperaba Kent el descenso de los gatos en fila india. Pasaba su amigo. El que lo seguía debía rezar, los otros abandonaban la persecución.
Muchas veces dormían juntos.
Las peleas constantes con otros gatos hicieron que el nuestro se debilitara. Los gatos acostumbran a esconderse cuando sienten que van a parir o a morir, supongo que para que nadie los vea.
Vimos a Kent llorar intentando abrir con la pata la puerta de una alacena donde se guardaba el carbón para los asados. Adentro estaba su amigo.