Acarreamos sobre nuestras espaldas, con la violencia, nuestras armas personales. Y seres semejantes a nosotros portan las suyas.
Si tiramos y acertamos y si nos tiran y nos aciertan, es tarde. Alguien resulta herido y la cicatriz aunque cierre siempre deja una huella.
Hay dos tipos de balas y dos de disparos.
Los que se realizan de frente y los que se ejecutan por la espalda. Los segundos resultan ser mortales porque quien dispara antes de gatillar ganó nuestra confianza para que con tranquilidad dejemos nuestro flanco más débil al descubierto.
Las balas tienen distintos calibres pero solo dos tiempos.
Unas se disparan a quemarropa, sin mediar aviso alguno sobre el fuego de la discusión caliente.
Las otras se acumulan en la cartuchera, en medio de peleas encendidas, para ser disparadas tiempo más tarde.
Hay una legión de seres perfectos, pacifistas e imparciales. Tienen la habilidad de invitarnos a tomar un café y con estudiados artilugios, con movimientos imperceptibles, nos van desarmando en mansas conversaciones, y sin que lo notemos, y sin pedir nada a cambio, suelen quitarnos los plomos acumulados en la cartuchera y aquellas municiones que olvidamos en el cuerpo y nos vuelven más pesados. Muchos suelen calificarlos como amigos pero se parecen mas a ángeles de la guarda.
Si tiramos y acertamos y si nos tiran y nos aciertan, es tarde. Alguien resulta herido y la cicatriz aunque cierre siempre deja una huella.
Hay dos tipos de balas y dos de disparos.
Los que se realizan de frente y los que se ejecutan por la espalda. Los segundos resultan ser mortales porque quien dispara antes de gatillar ganó nuestra confianza para que con tranquilidad dejemos nuestro flanco más débil al descubierto.
Las balas tienen distintos calibres pero solo dos tiempos.
Unas se disparan a quemarropa, sin mediar aviso alguno sobre el fuego de la discusión caliente.
Las otras se acumulan en la cartuchera, en medio de peleas encendidas, para ser disparadas tiempo más tarde.
Hay una legión de seres perfectos, pacifistas e imparciales. Tienen la habilidad de invitarnos a tomar un café y con estudiados artilugios, con movimientos imperceptibles, nos van desarmando en mansas conversaciones, y sin que lo notemos, y sin pedir nada a cambio, suelen quitarnos los plomos acumulados en la cartuchera y aquellas municiones que olvidamos en el cuerpo y nos vuelven más pesados. Muchos suelen calificarlos como amigos pero se parecen mas a ángeles de la guarda.