Desde que éramos niños nos han
plantado en la mente y en las tripas la épica batalla del Bien contra el Mal. Y
así fuimos bien representados y defendidos por nuestros superhéroes y su
titánica lucha contra los que querían dominar el Mundo.
La Iglesia católica ha puesto blanco
sobre negro advirtiéndonos sobre los hechiceros y maléficos encantos de
Lucifer, quien con sus oscuras tentaciones ha intentado conquistarnos bajo el
influjo pecaminoso de la avaricia, la lujuria, la ambición por la conquista de
todos los bienes terrenales.
Si observamos la situación del Mundo
actual podemos decir que las huestes del mal en todas sus formas y estilos
ganan por goleada.
No hay lugar en el Planeta que no
viva algún tipo de caos social, económico, moral, donde las víctimas son los
más débiles. Ciudades devastadas, poblaciones masacradas para que un selecto
número de malhechores aumenten sus ganancias con la venta de armas, claven sus
garras en las riquezas naturales y siembren el horror y el espanto.
Ya no existen el Pingüino, el Guasón,
el Acertijo, Gatúbela, el Capitán Monasterio. El Diablo es sabio y entendió que
el crimen organizado debe estar bajo la estructura de una sociedad anónima y
que los criminales identificables son solo accionistas.
Desde la era Cristiana, con
diferentes métodos y argumentos, el Innombrable ha ido despachando a los buenos
con paciencia, dedicación y sentido de la oportunidad. Se dió el lujo de
expulsar al Hijo de Dios hace dos mil años y no con conforme con esto, ha
continuado esa práctica hasta nuestros días.
Puede que a Dios le suceda lo mismo
que a algunos técnicos de fútbol: se quedó sin capacidad de reacción. Como no
sabemos en qué momento del partido estamos es preciso plantarse con actitud
para que no termine en baile y la derrota no sea solo abrumadora sino también
humillante.