Recibió la bolsa ya organizada como
siempre y por su experiencia calculó en el peso cuál sería su trajín de la
jornada. Desde hacía días notó que habían regresado los tiempos de transportar
y entregar malas noticias. Quince telegramas de despido la semana anterior y no
sabía cuántos repartiría en ésta que comenzaba.
Pensó que este trabajo deja huellas
de todo tipo. Él prefería a las que se consideraban gajes del oficio. La
mordedura en la pantorrilla dejó una cicatriz profunda. El perró no aflojó y se
llevó un pedazo de su humanidad. Lo atacó en la mitad de un corredor estrecho y
no le dio tiempo a huir. El codo derecho rememora de vez en cuando la mañana de
lluvia en la bicicleta y la caída contra el cordón de la vereda.
Duele más y arde por dentro el recuerdo
del alarido de dolor de una madre que no tenía noticias de su hijo combatiente
en Malvinas.
Son tiempos difíciles nuevamente. Ya
no se envían cartas de amor, postales de viajes ni avisos para el retiro de
encomiendas. El cartero llamando a la puerta es una señal de mal augurio.
Lleva muchos años caminando estas
calles con su bolso al hombro, esperanzado con ser el que transporta una buena
noticia.