Chau hermano, andá tranquilo

Me pediste ésta y otras fotos con los amigos. Te la mandé esta madrugada. Ésta es de Gesell, del 84, cuando la muerte estaba tan lejos como el horizonte en el mar, aunque en ésa misma playa ya nos pasó un aviso a todos de que con ella no se jode.

Algo venías tramando.

Estuviste llamando a amigos con los que no hablabas desde hace años, como el negro Ariel, como a japo que vive en Bariloche. Eso me dijo hoy llorando tu mujer.
Me contó que fue el corazón, justo el órgano que más usaste, porque tenías un corazón enorme, Chelo.

Ahora se me dio por llorar. Qué le vamos a hacer. Espero que no se me nuble tanto la vista como para poder escribirte.

Sos mi hermano, boludo, me decías. Y yo tan lerdo para entender.

Nos conocimos a los tres o cuatro años. Vivimos en la misma cuadra, compartimos la misma cancha de fútbol, la misma escuela, el mismo colegio y durante el primer año fuiste mi compañero de banco. Vos llevaste a la secundaria mi sobrenombre, Molo, que nadie conocía y del que pensé que iba a liberarme.

Tiraste la toalla con los libros y te pusiste a laburar. Ahí descubrimos los burros que fueron tus maestros y profesores cuando te hicieron creer que el burro eras vos, tan duro de entendederas. Entonces la hicimos simple, como lo hacen los hermanos. Todas las noches venías con tu cuaderno a practicar cuentas a mi casa. Y empezamos a leer juntos porque vos leías de corrido sin entender. Empezamos con Bradbury, Crónicas marcianas, cuentos cortos y vos te los llevabas a tu casa y me lo contabas al día siguiente. Después de ahí no paraste más. Leías siempre y siempre me sorprendías con tus lecturas y lo que habías aprendido. Si tengo que poner un ejemplo de superación personal, en primer lugar estás vos, Chelo. Qué lo parió.

Años después me llamaste para recordarme esos días y todo lo que habían representado. Y me hiciste llorar como ahora.

Una vez jugué el papel de Judas y te traicioné. Vos no te vengaste. Yo lo hubiera hecho, pero vos no te vengaste porque eras mucho mejor que yo.

Estabas feliz y orgulloso de la familia que formaste. Estabas orgulloso de Blanca, tu mujer, de Antonella, tu hija. Me acuerdo de la fiesta de 15 que le preparaste. Me acuerdo de la casa que levantaron con esfuerzo, de tu huerta, de tu jardín.

Siempre le tuviste miedo a los perros. En el último tiempo trajiste a tu casa uno y me contabas que viendo al perro vos aprendías más que él de vos. Qué síntesis perfecta para demostrar qué calidad de tipo eras.

Volví a llorar. Disculpame.

En la adolescencia estabas tanto tiempo en mi casa que mi viejo te dijo que iba a hablar con el tuyo para adoptarte. Te queríamos todos en casa como a un hermano más.

Tengo tantas anécdotas con las cuales reírme a carcajadas y ahora, carajo, no me acuerdo de ninguna.

Hoy a la madrugada te mandé la foto. No tuvimos tiempo de comentarla. Tengo otras donde estamos en porte marcial en el comedor de la casa de mis viejos, es de mi primer franco del servicio militar. En las del asado de tu casa yo las tomé todas y no tenemos una juntos.

Hay un borrador de una idea que se llama Me jacto de mis amistades. Es así. Yo aprendí tanto de los amigos como vos.

No te puedo prometer que no vaya a seguir llorando. Somos de la generación que decía que no era de hombres. Una de esas mierdas que nos inyectaron, como decías vos.

Llamé a varios. Mario no me pudo atender en su momento y me devolvió la llamada llorando. Hablaste con él ayer. Gustavo recordó la claridad de conceptos políticos, tan cercanos y auténticos como vos. 

La cuarentena no nos deja despedirnos pero yo no me despido un carajo porque tengo presente las tardes en el río, los partidos en la canchita, las guerras de agua en carnaval y la certeza de que fuiste mi amigo-hermano.

Te voy a extrañar, boludo.

Donde estés.