Los hinchas de
Racing son seres especiales que no profesan su amor por una casaca sino que la
elevan y convierten en el símbolo de una religión. Una religión que tiene su
liturgia cuando juega lo que ellos llaman La academia.
Son particulares.
Pueden investigar
y comprobar por cierto reportaje rescatado de ignotos archivos del año 1968 que
John Lennon era de Racing. Que Gardel y Perón alentaron a la Academia y que la
historia de la humanidad se divide en un antes y un después de Racing.
Sé de qué se
trata lo que estoy escribiendo. Conozco gente así que se mueve entre nosotros
normalmente hasta que nos damos cuenta de que son de Racing.
Hace unos días
compartí el viaje en tren con uno que jamás había visto en mi vida, que después
de romper el silencio con una pregunta sobre el servicio del ferrocarril se lanzó a hablar cómodamente y encontrar el
momento propicio para decirme que era de Racing con el mismo orgullo que un ex
combatiente de Malvinas. Lo observé mientras me contaba el estúpido gol que
Flamengo les había hecho en Brasil y esgrimía todos los argumentos que lo
llenaban de esperanza para la revancha en Buenos Aires. Pensé en qué se parecía
el hombre que acababa de conocer a Marcelo, Esteban, Daniela, Silvia, César,
Vicente, Pablo y me detuve sorprendido por la cantidad de conocidos con el
mismo patrón.
Todos ellos
tienen su característica distintiva pero la más sobresaliente para mí es que
son de Racing.
Publican su amor
incondicional en sus estados de Whatsapp, despiertan y piensan en las horas
previas al partido que modificará su ánimo por el resto de la semana, una
divisoria de aguas que ni Moisés consiguió huyendo de los egipcios.
Recuerdan a sus
jugadores en carácter de héroes y pueden introducir en cualquier momento y en
cualquier conversación un apellido como Colombatti con el énfasis que solo
atribuimos a grandes pensadores o benefactores de la humanidad como Fleming o
Pasteur.
No manejan claves
secretas ni ningún argot entre ellos pero pueden identificarse en cualquier
lugar. Si están a punto de pasar un exámen médico, esquivan la mirada para no
ver que la sangre que le extraen es de color rojo. Miran hacia el cielo y no
ven lo mismo que nosotros. Ellos observan el manto racinguista que cubre al
país y al mundo entero. El Cilindro es el ojo que observa el Universo.
Avellaneda es el epicentro donde dejan de existir los vecinos. La vida es
celeste y blanca.
A mi me caen bien. Los observo con cierta admiración y respeto.
