Dicen los astros


Cardióloga diplomada, acérrima creyente de los dogmas de la ciencia, aprendió en sus años en el Morro de San Pablo que la medicina, como la Luna, tiene otras caras, y de manos indígenas descubrió que las plantas y sus hojas, sin proceso alguno, encierran secretamente propiedades mágicas y curativas. Y así lo comprobó en carne propia cuando le sucedieron un par de accidentes domésticos.
Es posible que allí mismo haya observado el cielo estrellado y la inmensidad de la noche como nunca antes.
Volvió a Buenos Aires para trabajar en el centro de especialización más importante en cardiología: la Fundación Favaloro.
Decidió compartir el departamento con una amiga que una noche organizò una fiesta a la que ella misma no acudió. Con la angustia y el malestar de recibir gente desconocida y no tener nada para servirle, decidió encerrarse en su cuarto a descansar. Cuando ya se había colocado el pijamas alguien tocó a su puerta. Al abrir vio a un hombre que le dijo con seguridad: “Vos sos mi alumna. Esta es mi dirección y te espero el jueves a las seis para la primer clase”. Cerró la puerta para envolverse en el más profundo desconcierto.
Pero a pesar de la distancia, de la inseguridad del barrio y la pobreza del rancho donde había sido citada, fue puntual. Grande fue su asombro cuando al entrar descubrió que en esa casa, que parecía ser víctima del abandono, había una de las bibliotecas mas deslumbrantes que había visto hasta el momento.
Sin salir del aturdimiento que comenzó con los golpes en la puerta de su cuarto una semana antes, sería ésta, hasta el amanecer, su primer contacto serio e introductorio al mundo de la astrología.
Cada nueva cita fue parte de un rito, y sin darse cuenta, comenzó a descifrar las líneas del destino humano que las estrellas en el cielo reflejan. ¿O es al revés?
Rodeada de enfermos graves, sumó a la historia clínica, la lectura que le revelaban la fecha y hora de nacimiento del paciente. Naturalmente, esa capacidad nueva y hasta hacía un año desconocida, le proporcionó eficacia en los diagnósticos y prestigio entre sus colegas, que no dudaban en consultarla cuando el tratamiento aplicado a algún paciente no proporcionaba avance ni mejora.
Las buenas interpretaciones hicieron que el mundo dejara de circunscribirse a enfermos cardiovasculares. Y siguió acertando con otros diagnósticos menos graves e inexorables, sin saber que uno de esos hallazgos la alejarían de su maestro, que sí leyó con anticipación la bifurcación del camino y hasta el detalle minúsculo de una botella de vino sin abrir reservada para la reconciliación en otros tiempos que aún no llegaron.
Cuando la saludé, después de un tiempo de no verla, porque vive en Córdoba, en Characato, al que se accede tras 30 kilómetros de tierra, en una casa que ella misma diseñó, orientó y edificó, en el suelo que igual que el Tibet se encuentra entre los más antiguos del planeta, me dijo: “Yo le dije a Mónica que volvería a Neuquén sin vos”.
En la calidez del living de la casa de un amigo contó su historia en medio de 9 pares de ojos que la seguían en cada silencio. La noche era estrellada.
Pensé si el destino está trazado y solo resta interpretarlo y pensé en la línea de cada uno de los destinos de quienes escuchábamos en ronda, en nuestras líneas invisibles que convergen en algún lugar, en algún tiempo, como las nuestras esa noche.
Y de esa convergencia natural a esta línea finita de mi escritura y de esta a la tuya que lees este texto, justamente ahora.

Indignación


Estoy indignado. ¿Dónde vamos a ir a parar si seguimos así?

Lo leo en los diarios todos los días, me levanto y lo escucho en todos los programas de radio.

Maradona sigue probando jugadores y el mundial se nos viene encima.

No tiene la lista!!!! Señores, no se sabe a qué jugamos!!! Por Dios.


Diarios y diarios que hablan del tema y me preocupan. Lo hablamos en el trabajo, en la calle, en el colectivo. Nunca se vio nada así. El papelón que vamos a hacer en Sudáfrica. Toda la dirigencia está en crisis, no me digan a mí.


¿La foto? Ah, si. Un pibe desnutrido en el Chaco argentino.

Esta tarde vi llover


vi gente correr y no estabas tu.

Ya lo dicen los viejos boleros. Pocas escenas son tan románticas como ver llover con la persona que amamos. El cambio climático le ha dado un nuevo enfoque. Ahora nos abrazamos a nuestro amor para que no nos lleve la correntada.
Y Buenos Aires de noche es París y con lluvia es Venecia.¿No tenés tiempo para hacer deporte como te recomendó el médico? Salí un día de lluvia y practicarás natación gratis.
25000 personas sin luz desde la tormenta hasta hoy. Y la compañía de luz te pide que para el reclamo le mandes un e-mail. Espectacular. ¿Porqué no aceptan un mensaje en una botella?
Y el servicio meteorológico no pudo ponernos sobre aviso. A Noé la rodilla no le fallaba. Cuando le dolía, agua seguro.



Como perro y gato




El gato llegó una noche, recién destetado, mi hermana Tere lo bautizó Pompón y se lo presentamos al hasta entonces rey de la casa Kent, que había llegado en condiciones similares dos años antes.
Cuando vió al intruso no dudó y entre dos logramos que no convirtiese al recién llegado en un canapé.
Durante los primeros días, cada vez que el perro se acercaba al gato se escuchaba un reto y el acto reflejo de retroceder sobre sus pasos se volvió cultura para ambos.
Apoyado por el aparato represivo, el gato aprovechaba su ventaja. Si estaba sentado en una silla y el perro pasaba cerca, el gato le tiraba un manotazo al lomo quedándose con un manojo de pelo entre las garras. Kent lo miraba de costado, como si lo midiera, o quizás enviando una amenaza silenciosa.
Cuando Kent se echaba a dormir en la cocina, el gato venía a la carrera, saltaba en su cabeza y le mordía una oreja. Kent aprendió a usar con ciertos límites su supremacía física. Abría la boca y dejaba dentro de ella la cabeza completa de Pompón. El gato trataba de zafarse haciendo un esfuerzo inútil con sus patas delanteras contra la cara de su carcelero. Kent lo soltaba y el gato salía peinado a la saliva.
He visto juegos de amistad increíbles.
He visto al gato trepar al naranjo, al perro empujarlo con el hocico desde abajo y el gato darse vuelta para agarrarse de la cabeza de Kent y salir montado a galopar por el fondo de la casa.
El gato creció y como sucede en estos casos, comenzó a hacer mas largas las incursiones por el barrio. Y volvía con claras señales de sus batallas con otros machos disputando quién sabe qué amor furtivo.
Cuando la medición de fuerzas con otros gatos lo obligaban a batirse en retirada, encontró la salida perfecta. Escapaba por el cerco de un vecino que oficiaba de pasadizo y salvoconducto hacia una vieja viga de ferrocarril que inclinada daba a nuestro jardín. Abajo esperaba Kent el descenso de los gatos en fila india. Pasaba su amigo. El que lo seguía debía rezar, los otros abandonaban la persecución.
Muchas veces dormían juntos.
Las peleas constantes con otros gatos hicieron que el nuestro se debilitara. Los gatos acostumbran a esconderse cuando sienten que van a parir o a morir, supongo que para que nadie los vea.
Vimos a Kent llorar intentando abrir con la pata la puerta de una alacena donde se guardaba el carbón para los asados. Adentro estaba su amigo.

De puño y letra


Grandes traiciones y crímenes aberrantes ha recopilado el maestro Borges en su "Historia universal de la infamia". El gran escritor no ha tenido tiempo para actualizar su obra.

En Haití, aprovechando el caos de una tragedia, existen hombres que han elegido lucrar con el tráfico de niños.

Dicen que Dios perdona. Bondad tan modesta como la mía, no me lo permiten.

Paraguas de corcheas


Llueve.


Salimos del subte y ante la caída de tanta agua que nos empapa cuando ascendemos en la lentísima escalera mecánica, la gente se empuja, se apura por colocarse a resguardo.


En la calle una película gris empaña las luces de las marquesinas y los autos. Los que salieron del subte como yo, tratan desesperadamente de no mojarse.


No leo los diarios para no desinformarme y tengo miedo de no haberme enterado que el pronóstico anunciaba para la tarde hoy chaparrones de lluvia ácida o que junto con el granizo caerían tirantes y gatos muertos.


No tenía paraguas como los que corrían ante el inminente ataque nuclear, pero tenía mi mp3. Me los calcé y contemplè la calle y saqué esta instantánea.


Sonaban los Beatles.


Unos chelos barrocos, unas corcheas, me inmunizaron. Sonreí estúpidamente ante esos arreglos sutiles de la inmortal guitarra de Harrison.


Es cierto. La música tiene propiedades terapéuticas. Ante el caos y el desconcierto, nada como un buen disco como antìdoto.






Nuestras armas

Acarreamos sobre nuestras espaldas, con la violencia, nuestras armas personales. Y seres semejantes a nosotros portan las suyas.
Si tiramos y acertamos y si nos tiran y nos aciertan, es tarde. Alguien resulta herido y la cicatriz aunque cierre siempre deja una huella.
Hay dos tipos de balas y dos de disparos.
Los que se realizan de frente y los que se ejecutan por la espalda. Los segundos resultan ser mortales porque quien dispara antes de gatillar ganó nuestra confianza para que con tranquilidad dejemos nuestro flanco más débil al descubierto.
Las balas tienen distintos calibres pero solo dos tiempos.
Unas se disparan a quemarropa, sin mediar aviso alguno sobre el fuego de la discusión caliente.
Las otras se acumulan en la cartuchera, en medio de peleas encendidas, para ser disparadas tiempo más tarde.

Hay una legión de seres perfectos, pacifistas e imparciales. Tienen la habilidad de invitarnos a tomar un café y con estudiados artilugios, con movimientos imperceptibles, nos van desarmando en mansas conversaciones, y sin que lo notemos, y sin pedir nada a cambio, suelen quitarnos los plomos acumulados en la cartuchera y aquellas municiones que olvidamos en el cuerpo y nos vuelven más pesados. Muchos suelen calificarlos como amigos pero se parecen mas a ángeles de la guarda.