Peldaño a la gloria


La tomó con delicadeza, con la misma suavidad que amorosamente prodigó dos días antes, apoyando los dedos sobre las sienes de su novia arrodillada ante él, inclinándose sobre ella sutilmente, el preámbulo a ese instante de gloria absoluta, parecido a esta pequeña gloria con la que soñó los últimos seis meses.
Y las piernas le temblaron de la misma espasmódica manera, incontrolables. Levantó la vista para desentenderse del aturdimiento, para mirar al cielo, para reconciliarse con Dios y con los astros, con el pasado, con los fatigosos días de otros tiempos.
La sangre galopaba desde las pantorrillas hasta la nuca.
Vivió como un premio la sentencia, la aceleración, el vértigo de la carrera hacia esa boca abierta, sensual, seductora, el escalón de ascenso a otros cielos de héroes.
El pulso se confundía con la potencia que lo desbordaba y los latidos del corazón, el esfuerzo de los pulmones, la bocanada de aire desesperada.
Y sintió el latigazo de un rayo, el empujón del viento, la transpiración que empapaba de igual manera mejillas y cuello.
Pareció un silbido, pero fue un golpe grave.
Entonces vio como viajaba hacia las nubes, pasaba el travesaño y se colaba en la segunda bandeja.
Había pateado el penal como el culo, pero así no salió en los diarios.