El loco

 


Me lo regaló un amigo. Está escrito por Hernán Brienza como una novela, una de esas historias que sabemos que termina con la muerte del protagonista. La diferencia es que a partir de esta muerte comienza otra historia en mi país. 

Fue el primer golpe de estado al último patriota que conservaba el espíritu de la Revolución de mayo, línea que continuaron Mariano Moreno (también muerto), Manuel Belgrano (olvidado en la miseria), José San Martín (exiliado) y José Gervasio Artigas (exiliado) 

En mi formación como estudiante, no entendí la ejecución de Dorrego, contada dentro de una ensalada de muertes en tiempos caóticos. 

Lavalle asesinó a Dorrego. No hubo juicio. Le dieron dos horas para que escribiera las cartas de despedida a su familia. 

Lavalle no actuó solo. Fue instigado a asesinar por hombres que hoy tienen calles y avenidas que llevan su nombre. Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, el Almirante Guillermo Brown le escribieron al asesino para “cortar la cabeza de la hidra, para desenvainar la espada que propiciará la paz” en cartas que “deben destruirse”, una orden o sugerencia que Lavalle no cumplió. El verdadero poder, como en la mafia, siempre a las sombras, siempre al acecho. 

Dorrego fue un destacado oficial del Ejército del Norte, líder nato de la tropa a cargo por su osadía en combate, un desmesurado arrojo que lo llevó a ganarse el mote de loco. Fue artífice de transformar en victorias batallas perdidas gracias a su arrebato indomable. 

Carismático y dueño de una brillante oratoria, supo ganarse el respeto y la admiración de unos y el odio de otros, entre ellos Pueyrredón quien dio la orden para su destierro. Después de una extraña aventura entre corsarios, terminó en Estados Unidos y allí observó el modelo republicano y de autonomía de estados. 

Su gobernación, además de tomar en cuenta al Interior y a sus caudillos, mejoró las condiciones de jornaleros y los sectores más humildes de la sociedad de entonces. 

Sus huesos volvieron a Buenos Aires un año después de su asesinato y el cortejo fue acompañado por una multitud. 

El centro del poder unitario y los que vinieron después aprendieron que el fraude y las armas para un golpe de estado son recursos posibles para mantenerse en el poder. 

Manuel Dorrego tuvo una larga lista de traidores que armaron el escenario para su caída política y su muerte, festejada con entusiasmo por cipayos y diplomáticos de la corona británica.

La niebla

Ilustración: Darío Parissi

Te sienta mal esa mueca,

el gesto de fastidio,

la expresión beligerante,

el brillo que en tus ojos

anticipa una tormenta.

 

Te sienta mal, no va con vos

esa señal de furia en el semblante,

tus brazos cruzados sobre el pecho

y los puntos suspensivos de un silencio.

 

Son esos momentos tan ingratos

en que olvido sin consuelo y sin remedio

las palabras de amor,

tu talle y las flores que te gustan.

 

Me detengo en repasar los pormenores,

busco la chispa del incendio,

las causas posibles y las otras,

las que no tienen nombre ni antecedentes criminales.

 

Y busco la punta del ovillo,

el nudo que enmaraña la madeja,

la nota disonante del acorde,

la ventana por la que entró la niebla.

La otra ruta

 

Foto: Gentileza de Diego Sylwan

Gustavo cerró la mochila acompañando sus movimientos con proporciones parecidas de rezos, insultos y maldiciones. El viaje iba a ser largo y no guardaba relación con el dinero disponible para llevarlo a cabo ni con el acopio de víveres que disciplinadamente reunió durante un mes. El plan inicial se fue modificando pero tenía muy claro que este viaje cerraba un capítulo de su vida y serviría de entrenamiento para emprender otro más profundo que se gestaba desde hacía un tiempo en su interior. Los últimos meses fueron tan convulsivos como el humor social que soportaba el país, envuelto en otra de las crisis que parecían no tener fin ni fondo. Estaba a punto de embarcarse en una aventura que lo pondría a prueba para medir fuerzas sobre cuánto era capaz de hacer, hasta dónde llegaría con su ímpetu inicial y cómo se vería afectado su espíritu ante cualquier circunstancia adversa. 

La ola del movimiento hippie que tanto influyó en la juventud en los años sesenta menguaba o mutaba hacia otras tendencias donde muchos jóvenes se lanzaban a la aventura de la vida nómade del mochilero o se afincaban en comunidades como El Bolsón, aunque Gustavo abrigaba la esperanza de recorrer el sur patagónico por la Ruta 3 hasta Ushuaia. No era una empresa menor pero en aquellos años muchos camioneros o viajantes de comercio que visitaban pueblos en sus automóviles levantaban en la ruta a quienes hacían dedo cargando sobre sus espaldas abultadas mochilas como la que él acababa de cerrar con tanto esfuerzo. 

Hay quienes dicen que el destino es un tejido de hilos invisibles y que solo Dios sabe en qué puntos ha de unirse y en cuales separarse pero hay hombres y mujeres que sin poseer la clarividencia para comprender el porqué de sus actos y sus decisiones intuyen que cada paso que dan tiene un sentido y cada impulso los rige, los hace más sabios y más nobles consigo mismos. Por eso fue natural para Gustavo llegar al camping de Villa Gesell y encontrar a Tatjana para enamorarse perdidamente de esa alemana que recorría Latinoamérica para explorarla sin rumbo fijo y que se sustentaba vendiendo artesanías que ella misma producía. La magnitud del eclipse alcanzó para que viajaran juntos a Buenos Aires donde a Gustavo lo esperaban cinco exámenes finales para recibirse de ingeniero. Después de los tres primeros, rendidos entre febrero y marzo, decidieron viajar al sur en los últimos días de marzo. 

Los cuarenta días de travesía se repartieron entre setenta y dos camiones y autos que transitaban la ruta tres. Ni en el mejor de los mundos pensaron que podían llegar a Ushuaia en tres días y que el viaje los forjaría de tal manera que la convivencia nómade los fortaleció hasta hacerlos sentir indestructibles. El viaje que emprendieron juntos se parecía tanto a la vida como la ruta que transitaban. A veces árida, poceada, en pendiente, en subida, con un horizonte que a golpe de vista resultaba interminable, luminosa, gris, soleada o lluviosa. Pasaron momentos en que se sentían diminutos ante el paisaje. Cielo y tierra se confundían en algunos puntos y bajo ciertas perspectivas. 

Fueron subiéndose por tramos a diferentes vehículos y unos kilómetros antes de llegar a Río Gallegos un hombre con una pickup se detuvo ante la señal autostop de una pareja de mochileros. Colocaron las mochilas en la caja donde transportaba todo tipo de enseres y libros que quedaron a resguardo cubiertos con una lona. En la cabina viajaron con otras dos personas. Fueron comentando el viaje y sus historias personales, compartiendo unos mates y algunas pitadas de cigarrillos. La ruta estaba desierta, y cuando el sonido monocorde del motor y el movimiento invitaban al sueño, fueron sobresaltados por una frenada brusca, imprevisible y alarmante. El conductor vio fuego por el espejo retrovisor en la caja de la camioneta. La colilla de cigarrillo que había arrojado por la ventanilla de la camioneta en movimiento cayó en la parte trasera y avivada por el viento de la marcha comenzó a devorar papeles y cartones. 

El descuido y esa brasa diminuta desataron el caos en la caja de la pick up. Se bajaron los cinco con la desesperación que inflamaba el desastre consumado. Fueron rescatando lo que podían entre las llamas y en esa lucha Gustavo se quemó los dedos de una mano. Al correr la lona descubrió con horror una garrafa, y con un coraje que nunca antes puso a prueba, la quitó tomándola del metal del envase caliente para quitarla de la caja que ardía. Lograron controlar el fuego y hacer un inventario de las pérdidas. La carpa en la que iban a dormir con Tatjana quedó destruída y la bolsa de dormir tenía un tajo que la atravesaba desde la cabecera a los pies. Separaron todo lo que el fuego destruyó, acomodaron en la caja de la camioneta lo rescatado y siguieron viaje. 

En Ushuaia repararon la bolsa de dormir mientras conversaban sobre la experiencia que pudo haber arruinado mucho más que el viaje. El incendio había sido una prueba más difícil que los exámenes que Gustavo acababa de rendir con éxito en Buenos Aires. En ésta evaluación no había horas de estudio, apuntes ni preparación. No era tampoco el reloj lo que los apremiaba. El abrazo nocturno conciliando el sueño dentro de la bolsa de dormir tenía otra dimensión. Flotaba entre ellos un elemento invisible: la confianza en el otro. Hablaron de la vida con otra profundidad luego de haberse encontrado cara a cara con la muerte. 

Volvieron a Buenos Aires y el 23 de mayo, después del último exámen de Gustavo partieron con la idea de recorrer Latinoamérica del mismo modo con el que llegaron a Ushuaia, con muy poco dinero y las artesanías de Tatjana, sin contemplar en sus cálculos que llegarían a Nueva York y que, desde allí, viajarían a Alemania donde vivían los padres de Tatjana. En distintos momentos y bajo distintas circunstancias las brasas de un fogón en Villa Gesell y una colilla en el sur Patagónico encendieron una llama poderosa, de esas que atraviesan el tiempo y los meridianos.

El dictado

 

Ilustración Darío Parissi

Tumbada en la arena gris de su melancolía,

esperada, impuntual como la primavera,

así la vi y me enamoré perdidamente.

Creí que era el comienzo de una historia

pero era ella quien narraba

y yo no cambié una coma a su relato.

Seguí la dieta de sus versos y sus imágenes oníricas,

quedé al amparo de sus pausas,

de esos interrogantes que nunca se responden.

Me condujo mansamente en el camino de la magia,

el ciclo de los astros, la luz de otras galaxias,

las dudas de los Dioses, los enigmas.

Y cuando no tuvo más que decir,

cuando su boca fue un aljibe,

cerró el libro como quien sopla una vela

y yo quedé sumergido en una oscuridad aterradora.

El traje de Mario

 


En los calurosos días del verano de 1987 compraba el diario todos los domingos, señalaba con un marcador los avisos de empleo publicados que me interesaban para recortarlos después y enviar mi currículum vitae por carta o agendar entrevistas en los horarios y días anunciados. Habían cambiado las condiciones en el trabajo que tenía y los ingresos no eran suficientes para mantener a una familia. Algunas necesidades urgentes como pagar el alquiler atrasado traían de la mano una carga de angustia y desolación. En esa búsqueda de empleo asistí a entrevistas de todo tipo y escuché exposiciones sobre venta de productos que, prestando una atención mínima, me resultaban vergonzosas.

 Empezaba con los destacados que suponía eran pagos por las empresas más importantes y con mejor remuneración. Los recortes de los avisos, luego de enviar la carta correspondiente, eran clasificados diariamente con una referencia de lo que había solicitado como pretensiones de remuneración. Cada recorte era un boleto al tren de la esperanza que semana a semana agotaba su recorrido en una búsqueda infructuosa. Muchas veces, eligiendo a uno de la carpeta solía decirme a mí mismo: de este lugar me van a llamar. La primera barrera era conseguir que sea atractivo el currículum. La entrevista vendría después si convencía al posible lector para finalmente exponer de la mejor manera mis condiciones para conseguir el anhelado y necesario empleo.

 Un domingo publicaron un aviso con la promesa de una buena remuneración y entre los requisitos exigían acudir a la entrevista con traje y corbata, dos elementos con los que no contaba en mi placard desde hacía años. Pensé en pedirlos prestados entre una lista de amigos y uno de ellos fue Mario, quien utilizaba trajes habitualmente para su empleo y vivía a pocas cuadras de mi casa. Lo fui a visitar y separó para mí el traje que consideró en mejores condiciones y una corbata llamativa para lucir con camisa blanca o celeste claro. Volví a casa con un saco y un pantalón de color gris para prepararme para la entrevista al día siguiente.

 Mario tiene una contextura física varios centímetros superior a la mía y las mangas del saco, las hombreras y el largo de la botamanga del pantalón me quedaban holgados. A esa dificultad se le sumaba que la tela era para media estación y estábamos soportando los calurosos y húmedos días de enero. No hubo tiempo para acondicionarlo mínimamente porque la entrevista se había anunciado para las primeras horas de la mañana, donde formamos una fila de unos cincuenta metros todos los que se presentaron con las mismas intenciones que yo.

 Una de las características que tenían esas convocatorias era que los candidatos nos observábamos y sopesábamos como si la imagen del otro nos diera indicios de su competitividad, inteligencia y conocimientos para el puesto. Me sentí incómodo, no solo porque se notara que el traje no me pertenecía sino porque la temperatura ya estaba alta y yo podía disimular el excesivo largo de las mangas del saco cruzándome de brazos pero no podía dejar de transpirar. Las expresiones de necesidad por el puesto vacante en los rostros nos hermanaba.

 Subí transpirando una incómoda escalera de metal para completar en una calurosa oficina un extenso formulario que incluía preguntas muy extrañas como si tenía algún pariente en las fuerzas armadas. La estructura, las paredes y el mobiliario me recordaron a las oficinas del cuartel donde presté servicios como soldado durante un año y seis meses. El viento de la democracia no había sido tan fuerte como para quitarnos la preocupación de esconder de la vista de nuestros ocasionales y obligatorios interlocutores el diario Página 12 y no perder puntos antes de comenzar a ganarlos.

 Sentado frente a mí en su escritorio, un hombre de mediana edad me hacía preguntas sobre mis estudios, mi familia, mi lugar de residencia, y ante cada respuesta, anotaba en un papel que, por los movimientos de su mano, me parecieron tildes. Unas gotas de sudor corrían desde mis sienes a mis mejillas y esto agregaba nuevas razones a mi incomodidad. Mantenía mis brazos doblados para disimular el largo de las mangas del saco y esperaba el fin de la entrevista como un boxeador que al borde del Knock out espera la campana que anuncia el fin del asalto. Imaginé que quien me entrevistaba notaba mi contrariedad y disfrutaba del momento esperando que yo abandonase. En los diez minutos posteriores al interrogatorio describió la tarea que consistía en organizar y despachar correspondencia, remesas, bolsines y que la labor tenía su punto final de la jornada cuando todo estuviese en orden y sin diferencias en los arqueos. Había un horario de entrada, ninguna referencia para el de salida. El sueldo no era bueno pero prometían mejorarlo de acuerdo a mi rendimiento y eficacia en los próximos meses. Eran motivos de despido las faltas y la impuntualidad al ingresar como al regresar del horario de almuerzo. Con un tono desprovisto de amabilidad me dijo que regresara para ser admitido esa misma tarde pero que antes pasara por una peluquería.

 Así como me sentí observado al subir las escaleras para ser entrevistado, tuve la misma incómoda sensación al descenderlas. El escozor que me provocaba la tela del traje me parecía que resultaban evidentes para quien me mirara. Tuve la sensación de que el número de escalones era mayor que en la subida y no veía la hora de salir de ese lugar que por su ambiente me recordó a mis días en el cuartel. Meses después supe que eran militares retirados quienes cumplían las funciones de gerentes o directores. Cuando pisé la calle el traje dejó de incomodarme. Me quité el saco y lo único que desentonaba con mi cuerpo era el pantalón demasiado largo. Me desajusté y quité la corbata, desprendí dos botones de la camisa y respiré profundo sintiéndome libre. El traje de Mario se anticipó a mi evaluación final haciéndome notar en carne propia y en cada minuto que ese trabajo no era para mí.

A un paso

 

Ilustración Darío Parissi

A un paso nada más,

solo a un paso,

aunque ese paso signifique un parpadeo o una eternidad.

Y yo la voy siguiendo

y ella se adelanta como si me percibiera,

ajusta el ritmo de su paso,

se aleja otro poco

y en su andar deja caer puntos suspensivos.

Puedo describir la estela que deja su perfume,

hipnotizarme con el vaivén de sus caderas,

manteniendo una secreta esperanza:

que gire la cabeza y me observe.

Persigo en el deseo un imposible.

Ella siempre se aleja y yo no cejo,

me agita la ansiedad,

me cohíbe su estatura,

respiro a su compás,

doy pasos a su medida,

espero una señal de mis antecesores.

aquellos que han sabido deslumbrarla,

seducirla, cuidarla con esmero

con imágenes brillantes, con impactantes metáforas,

con deliciosas palabras

El latido cabe en un renglón

y en una estrofa el Universo entero.

 


Respuesta a un discurso

 


Publicado el 9 de julio de 2016, cuando este delincuente dijo querido rey, la angustia y no se cuántas payasadas más. Yo también me dirigí a ese cuatro de copas. Lo rescató mi amiga Mónica Rafael por un recuerdo de FB.

Che Juanca:
A mí no me da por decirte querido rey, ni Su Majestad, ni todas esas expresiones serviles de gente arrastrada. Para mí sos tan simple y mortal como cualquiera de los elefantes que te gusta cazar con tu rifle y que por supuesto, me merecen el respeto que vos ni por asomo.
Nunca te pusieron en el aprieto preguntándote si realmente se te escapó, de bruto nomás, aquel tiro que mató a tu hermano, noticia que propagaron como accidente, o fue un arreglo familiar para quedarse en el trono. ¿Cómo se llamaba? Ah, si, Alfonsito, cierto. Bueno quedará con vos el secreto. No puedo imaginar que lo hayas confundido con un elefante.
Nunca creí que quienes te precedieron en el trono hayan sido elegidos por Dios, como les hacían creer a gente primitiva, manipulada por curas sin moral, los de la Santa Inquisición, no sé si te suena. Pertenezco a un sector de la población que piensa y yo sé que eso no te gusta ni le hace bien a tu salud.
Te quiero aclarar algo. Ése tipo de traje azul que viste hoy diciendo el discurso, ése que decía que nuestros congresales estarían angustiados de separarse de España, es solamente el presidente electo, no la voz que me representa a mí y a unos cuantos millones. De hecho, no lo voté, pero debo aceptar la elección de un grupo de desmemoriados y otro de gorilas. Que le vamos a hacer. Soy como los elefantes, no me olvido fácilmente.
Te decía. Ése de de traje no era un animador ni un standapero. Es el que nos gobierna. Si, caete de culo. Ese. El tipo se siente como un virrey y nadie lo contradice, pero estoy seguro que Cisneros debió haber hecho mayor obra pública que éste.
Te decía y es bueno aclararte. Acá tuvimos patriotas de verdad. Hubo uno que en España los ayudó contra Napoleón, fíjate vos. San Martín se llamaba. Y ése no se angustiaba como vos cuando los lacayos se demoran en alcanzarte el diario de la mañana. El tipo cruzó los Andes para ir a sacarlos a patadas en el culo. Y fíjate vos que mandó congresales a Tucumán para que apuraran con la declaración de la Independencia. Ninguna angustia, ningún stress, nada de fatiga, ningún trauma. Belgrano era otro. Un visionario, un adelantado a su tiempo.
Vos hubieras sido un peligro peleando contra los moros o contra los franceses. Si en tu casa se te escapó un tiro, no me quiero imaginar en combate.

 


El cortejante

 


Visitó el local hacía unos años, cuando la ropa que vendían era para público masculino y ella, con medio cuerpo oculto del otro lado del mostrador, lo impactó con sus gestos y femineidad, ese charme que solo poseen algunas mujeres. El local cambió de dueño y de estilo unos meses después pero ella seguía allí, llamándole poderosamente la atención cuando la observaba al pasar y la veía renovando la ropa exhibida en la vidriera, asesorando a una clienta indecisa o esperando una la aprobación final del otro lado de la cortina que resguardaba el probador.

Tenía claro que fantasía y misterio conformaban una combinación que inflamaba el deseo pero cada tanto volvía a caer involuntariamente en el poderoso imán de aquel negocio ubicado a unos metros de una esquina que unía a dos avenidas. No encontraba la excusa o el pretexto para entrar a un local de ropa para mujeres y poder hablarle. Sabía por experiencias anteriores que la idealización podía derrumbarse como un castillo de naipes  ante una expresión inesperada, un gesto que no encaja con la imagen que nos formamos del otro o el tono estridente de su voz.

Su corazón palpitó con fuerza cuando la vio caminando de frente en su misma dirección un mediodía. Volvió a sentir una descarga de ansiedad por su falta de arrojo, por no encontrar la manera de acercarse sin provocar miedo o rechazo. Elaboró estrategias que fue desestimando con el correr de los días en base a distintos análisis que las convertían en inapropiados o en estériles hasta que se decidió por una romántica, sutil y concreta. En el puesto de flores ubicado a escasos metros del local de la mujer compró un ramo y le pidió a la florista que lo entregase en el local de parte de un admirador anónimo.

Esperó unos días y repitió los mismos movimientos. Estaba enterado, por la florista, que la mujer que recibía las flores la acosaba con preguntas intentando descubrir la identidad del cortejante misterioso. No sabía nada sobre ella y pensó que le podía originar una incomodidad cerrar el negocio y volver con las flores regaladas a su casa si vivía en pareja y verse en la obligación de dar explicaciones. El espíritu romántico del juego que había diseñado era más fuerte que cualquier duda.

Cuando fue decidido por el tercer envío la florista rechazó su intención de compra diciéndole que la mujer le había anticipado que no recibiría un solo ramo más si no se presentaba quien las compraba.

Pensó durante días cómo sería su ingreso al local y cuáles iban a ser las palabras cuidadosamente seleccionadas para presentarse. Ensayó las frases para no tropezar con furcios y ser concreto. La primera vez que se animó a ingresar al local estaba cerrado mucho antes del horario habitual. Pudo ir unos días después y al entrar con paso decidido no se dio cuenta que había una clienta en el negocio.

-Soy el que envía las flores como un admirador y vengo a disculparme si eso te molestó o causó algún problema -dijo de corrido, sin una pausa, mirándola fijamente a los ojos.

Ella, apenas levantó la vista un par de segundos y con la precisión y potencia de un arma reglamentaria dijo: “Gracias. Muy amable” y siguió aconsejando a su clienta.

Un tal José

 


La imagen a simple vista es la de un granadero saludando a la bandera. La foto es de 1965 y el granadero se llama José San Martín como el creador de la fuerza de combate cuyo uniforme está luciendo. El soldado es descendiente de uno de los militares más brillantes de la historia.

Conocía a José en el 2007 en una reunión en la empresa donde trabajábamos, él como el químico responsable de los productos y yo como jefe de promotores. Yo no sabía nada de él ni él nada de mí pero la corriente de simpatía inicial fue mutua. Cuando me enteré de su linaje entendí muchas cosas. Creo que en los genes muchas veces se transmiten valores no identificables en pruebas de laboratorio: el proceder recto, la superación constante, la disciplina.

Las charlas con José son enriquecedoras. Aunque la historia no se componga de elementos químicos, la alquimia de algunos factores son determinantes en distintos períodos para que se produzcan ciertos cambios sociales y él, con su formación técnica y su experiencia pedagógica, los desmenuza como si observara tubos de ensayo.

José acaba de desarmar una casa en la que vivió muchos años y mudarse a Capital para poder seguir estudiando en la universidad. José tiene ochenta años.

Parece que a los San Martín se la asignó un destino de grandes proezas.

Editorial de la semana

Durante algún tiempo escribí una editorial contando los hechos de la semana. Luego lo dejé pero jamás lo compartí aquí.

Por la dimensión que ha tomado esta publicación, me permito compartirla entre la ensalada de cosas que hago.

Que la disfruten,

𝔼𝕕𝕚𝕥𝕠𝕣𝕚𝕒𝕝

𝙽𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚚𝚞𝚎𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚃𝚘𝚝𝚘, 𝚖𝚒𝚗𝚒𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚍𝚎 𝚎𝚌𝚘𝚗𝚘𝚖𝚒́𝚊, 𝚌𝚘𝚗 𝚞𝚗𝚊 𝚎𝚜𝚌𝚊𝚛𝚊𝚙𝚎𝚕𝚊 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚜𝚘𝚕𝚊𝚙𝚊 𝚙𝚘𝚛 𝚎𝚕 𝚏𝚎𝚜𝚝𝚎𝚓𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝟸𝟻 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚢𝚘, 𝚗𝚘𝚜 𝚙𝚒𝚍𝚒𝚘́ 𝚊 𝚕𝚘𝚜 𝚊𝚛𝚐𝚎𝚗𝚝𝚒𝚗𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚝𝚛𝚒𝚘𝚝𝚊𝚜 𝚢 𝚙𝚘𝚗𝚐𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚖𝚎𝚛𝚌𝚊𝚍𝚘 𝚕𝚘𝚜 𝚟𝚎𝚛𝚍𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚝𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚍𝚞𝚛𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚎𝚕 𝚛𝚘𝚋𝚘 𝚔𝚒𝚛𝚌𝚑𝚗𝚎𝚛𝚒𝚜𝚝𝚊 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚎́𝚕, 𝙼𝚎𝚕𝚌𝚘𝚗𝚒𝚊𝚗, 𝚂𝚝𝚞𝚛𝚣𝚣𝚎𝚗𝚎𝚐𝚎𝚛 𝚢 𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚝𝚞𝚟𝚒𝚎𝚛𝚘𝚗 𝚎𝚡𝚒𝚕𝚒𝚊𝚍𝚘𝚜 𝚎𝚗 𝚎𝚜𝚘𝚜 𝚊𝚗̃𝚘𝚜, 𝚕𝚊 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎𝚗 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚎𝚡𝚝𝚎𝚛𝚒𝚘𝚛. 𝚃𝚛𝚊𝚎𝚛𝚕𝚊 𝚊 𝚕𝚊 𝙰𝚛𝚐𝚎𝚗𝚝𝚒𝚗𝚊 𝚎𝚜 𝚞𝚗 𝚟𝚎𝚛𝚍𝚊𝚍𝚎𝚛𝚘 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚝𝚘𝚛𝚗𝚘 𝚢 𝚚𝚞𝚒𝚕𝚘𝚖𝚋𝚘 𝚍𝚎 𝚙𝚊𝚙𝚎𝚕𝚎𝚜.
𝚃𝚘𝚝𝚘 𝚢𝚊 𝚎𝚜𝚝𝚞𝚟𝚘 𝚎𝚗𝚟𝚒𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚕𝚒𝚗𝚐𝚘𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚘𝚛𝚘 𝚊 𝙶𝚛𝚊𝚗 𝙱𝚛𝚎𝚝𝚊𝚗̃𝚊 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚌𝚊́ 𝚎𝚜𝚝𝚊𝚋𝚊𝚗 𝚓𝚞𝚗𝚝𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚕𝚟𝚘 𝚢 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚁𝚎𝚒𝚗𝚘 𝚄𝚗𝚒𝚍𝚘 𝚕𝚎 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚗 𝚎𝚕 𝚙𝚕𝚞𝚖𝚎𝚛𝚘 𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚒́𝚊𝚜.
𝙳𝚊𝚛𝚒́𝚗, 𝚚𝚞𝚎 𝚢𝚊 𝚑𝚊𝚋𝚒́𝚊 𝚊𝚙𝚊𝚛𝚎𝚌𝚒𝚍𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚎𝚕 𝚙𝚞́𝚋𝚕𝚒𝚌𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚎𝚕 𝙴𝚝𝚎𝚛𝚗𝚊𝚞𝚝𝚊, 𝚞𝚗𝚊 𝚜𝚎𝚛𝚒𝚎 𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚌𝚘𝚗𝚜𝚎𝚓𝚘́ 𝚗𝚘 𝚖𝚒𝚛𝚊𝚛 𝙲𝚛𝚒𝚜𝚝𝚒𝚗𝚊 𝙿𝚎́𝚛𝚎𝚣 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚞𝚗 𝚜𝚎𝚜𝚐𝚘 𝚒𝚍𝚎𝚘𝚕𝚘́𝚐𝚒𝚌𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚎 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚝𝚊𝚛 𝚖𝚊𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚎𝚗𝚜𝚊𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚐𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚍𝚎 𝚋𝚒𝚎𝚗 𝚢 𝚕𝚕𝚎𝚟𝚊𝚛𝚕𝚊 𝚙𝚘𝚛 𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚖𝚒𝚗𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝚖𝚊𝚕, 𝚊𝚕𝚐𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚝𝚛𝚊𝚝𝚊 𝚍𝚎 𝚎𝚟𝚒𝚝𝚊𝚛 𝚍𝚒𝚜𝚏𝚛𝚊𝚣𝚊𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚊𝚕𝚖𝚒𝚛𝚊𝚗𝚝𝚎. 𝙽𝚘 𝚖𝚎 𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛𝚘 𝚒𝚛 𝚙𝚘𝚛 𝚕𝚊𝚜 𝚛𝚊𝚖𝚊𝚜 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚖𝚎 𝚕𝚕𝚎𝚗𝚊 𝚕𝚊 𝚙𝚊𝚕𝚖𝚎𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝚐𝚘𝚛𝚒𝚕𝚊𝚜. 𝙳𝚊𝚛𝚒́𝚗, 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚖𝚎𝚜𝚊 𝚍𝚎 𝙼𝚒𝚛𝚝𝚊 𝙻𝚎𝚐𝚛𝚊𝚗𝚍 𝚘𝚙𝚒𝚗𝚘́ 𝚜𝚘𝚋𝚛𝚎 𝚕𝚊 𝚎𝚌𝚘𝚗𝚘𝚖𝚒́𝚊 𝚑𝚊𝚌𝚒𝚎𝚗𝚍𝚘 𝚛𝚎𝚏𝚎𝚛𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊 𝚊𝚕 𝚙𝚛𝚎𝚌𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝚍𝚘𝚌𝚎𝚗𝚊 𝚍𝚎 𝚎𝚖𝚙𝚊𝚗𝚊𝚍𝚊𝚜. 𝙰𝚑𝚒́ 𝚗𝚘𝚖𝚊́𝚜, 𝚕𝚕𝚊𝚖𝚊𝚛𝚘𝚗 𝚊𝚕 𝚊𝚐𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙿𝚒𝚛𝚒𝚗𝚌𝚑𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚛𝚞𝚖𝚙𝚒𝚘́ 𝚜𝚞 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚎𝚗𝚊𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝙿𝚊𝚕𝚎𝚛𝚖𝚘 𝚢 𝚙𝚞𝚜𝚘 𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚊𝚛 𝚊 𝚜𝚞 𝚎𝚚𝚞𝚒𝚙𝚘 𝚍𝚎 𝚙𝚛𝚘𝚍𝚞𝚌𝚌𝚒𝚘́𝚗 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚙𝚘𝚗𝚎𝚛𝚕𝚎 𝚑𝚞𝚖𝚘𝚛 𝚢 𝚍𝚊𝚛𝚕𝚎 𝚘𝚝𝚛𝚊 𝚟𝚞𝚎𝚕𝚝𝚊 𝚊𝚕 𝚛𝚎𝚙𝚞𝚕𝚐𝚞𝚎.
𝙽𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝙴𝚖𝚋𝚊𝚓𝚊𝚍𝚘𝚛 𝚍𝚎 𝚕𝚞𝚣, 𝚏𝚞𝚝𝚞𝚛𝚘 𝚙𝚛𝚎𝚖𝚒𝚘 𝙽𝚘𝚋𝚎𝚕 𝚍𝚎 𝚎𝚌𝚘𝚗𝚘𝚖𝚒́𝚊, 𝚐𝚊𝚗𝚊𝚍𝚘𝚛 𝚍𝚎𝚕 𝙿𝚛𝚎𝚖𝚒𝚘 𝙶𝚎́𝚗𝚎𝚜𝚒𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚘𝚝𝚘𝚛𝚐𝚊 𝚕𝚊 𝚂𝚘𝚌𝚒𝚎𝚍𝚊𝚍 𝚍𝚎 𝙵𝚘𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝚂𝚘𝚕𝚊𝚗𝚘, 𝚕𝚞𝚎𝚐𝚘 𝚍𝚎 𝚑𝚊𝚋𝚎𝚛 𝚎𝚗𝚌𝚘𝚗𝚝𝚛𝚊𝚍𝚘 𝚢 𝚙𝚛𝚊𝚌𝚝𝚒𝚌𝚊𝚍𝚘 𝚑𝚊𝚜𝚝𝚊 𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚗𝚜𝚊𝚗𝚌𝚒𝚘 𝚞𝚗𝚊 𝚎𝚡𝚙𝚛𝚎𝚜𝚒𝚘́𝚗 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚒𝚜𝚒𝚖𝚞𝚕𝚊 𝚕𝚊 𝚙𝚊𝚙𝚊𝚍𝚊 𝚢 𝚜𝚞 𝚌𝚊𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚛𝚝𝚊 𝚏𝚛𝚒𝚝𝚊, 𝚜𝚎 𝚟𝚒𝚘 𝚒𝚖𝚒𝚝𝚊𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝚞𝚗𝚊 𝚌𝚊𝚗𝚝𝚊𝚗𝚝𝚎 𝙿𝚘𝚙 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚑𝚊 𝚎𝚗𝚜𝚊𝚗̃𝚊𝚍𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚎́𝚕 𝚜𝚒𝚗 𝚝𝚎𝚖𝚎𝚛𝚕𝚎 𝚊 𝚕𝚊𝚜 𝚌𝚘𝚗𝚜𝚎𝚌𝚞𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚊𝚗 𝚌𝚊𝚎𝚛 𝚜𝚘𝚋𝚛𝚎 𝚎𝚕𝚕𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝙵𝚞𝚎𝚛𝚣𝚊𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚌𝚒𝚎𝚕𝚘.
𝙼𝚒𝚎𝚗𝚝𝚛𝚊𝚜 𝚝𝚘𝚍𝚘 𝚎𝚜𝚝𝚘 𝚜𝚞𝚌𝚎𝚍𝚒́𝚊 𝚢 𝚕𝚊 𝚐𝚎𝚗𝚍𝚊𝚛𝚖𝚎𝚛𝚒́𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚍𝚞𝚎𝚗̃𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚌𝚊𝚍𝚎𝚗𝚊 𝚃𝚘𝚜𝚝𝚊𝚍𝚘 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚎𝚗𝚊𝚋𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚎𝚕 𝚌𝚘𝚖𝚋𝚊𝚝𝚎 𝚌𝚘𝚗𝚝𝚛𝚊 𝚎𝚕 𝚗𝚊𝚛𝚌𝚘𝚝𝚛𝚊́𝚏𝚒𝚌𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚊𝚜 𝚗𝚞𝚎𝚟𝚊𝚜 𝚌𝚊𝚌𝚑𝚒𝚙𝚘𝚛𝚛𝚊𝚜 𝚜𝚘𝚋𝚛𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚓𝚞𝚋𝚒𝚕𝚊𝚍𝚘𝚜, 𝚎𝚕 𝚙𝚎𝚛𝚒𝚘𝚍𝚒𝚜𝚝𝚊 𝙷𝚞𝚐𝚘 𝙰𝚕𝚌𝚘𝚗𝚊𝚍𝚊 𝙼𝚘𝚗 𝚙𝚞𝚋𝚕𝚒𝚌𝚘́ 𝚞𝚗 𝚊𝚛𝚝𝚒́𝚌𝚞𝚕𝚘 𝚍𝚎𝚗𝚞𝚗𝚌𝚒𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚕 𝚙𝚕𝚊𝚗 𝚍𝚎 𝚎𝚜𝚝𝚛𝚊𝚝𝚎𝚐𝚒𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚒𝚖𝚙𝚕𝚎𝚖𝚎𝚗𝚝𝚊𝚛𝚊́ 𝚕𝚊 𝚂𝙸𝙳𝙴 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚟𝚒𝚐𝚒𝚕𝚊𝚛, 𝚎𝚜𝚙𝚒𝚊𝚛, 𝚙𝚎𝚛𝚜𝚎𝚐𝚞𝚒𝚛 𝚘 𝚕𝚊𝚜 𝚝𝚛𝚎𝚜 𝚊𝚌𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚊 𝚕𝚊 𝚟𝚎𝚣 𝚎𝚗 𝚊𝚛𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚗𝚝𝚎𝚗𝚎𝚛 𝚊𝚕 𝚙𝚊𝚒́𝚜 𝚎𝚗 𝚘𝚛𝚍𝚎𝚗 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚙𝚛𝚘𝚖𝚎𝚝𝚒𝚘́ 𝚕𝚊 𝚝𝚘𝚜𝚝𝚊𝚍𝚘𝚛𝚊 𝚢 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘 𝚜𝚎 𝚏𝚒𝚕𝚝𝚛𝚎𝚗 𝚋𝚛𝚒𝚐𝚊𝚍𝚊𝚜 𝚔𝚞𝚛𝚍𝚊𝚜, 𝚖𝚊𝚙𝚞𝚌𝚑𝚎𝚜, 𝚟𝚎𝚗𝚎𝚣𝚘𝚕𝚊𝚗𝚘-𝚒𝚛𝚊𝚚𝚞𝚒́ 𝚘 𝚍𝚎 𝙱𝚞𝚛𝚔𝚒𝚗𝚊 𝙵𝚊𝚜𝚘 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚕 𝚏𝚊𝚜𝚘 𝚎𝚜 𝚞𝚗𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝚌𝚘𝚜𝚊𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚖𝚊́𝚜 𝚍𝚊𝚗̃𝚘 𝚗𝚘𝚜 𝚑𝚊𝚌𝚎𝚗 𝚊 𝚕𝚊 𝚜𝚊𝚕𝚞𝚍.
𝙰 𝙰𝚕𝚌𝚘𝚗𝚊𝚍𝚊 𝙼𝚘𝚗 𝚜𝚎 𝚕𝚎 𝚍𝚎𝚜𝚌𝚘𝚗𝚏𝚒𝚐𝚞𝚛𝚘́ 𝚕𝚊 𝚌𝚘𝚖𝚙𝚞𝚝𝚊𝚍𝚘𝚛𝚊, 𝚜𝚎 𝚕𝚎 𝚌𝚊𝚢𝚘́ 𝚎𝚕 𝚆𝚑𝚊𝚝𝚜𝚊𝚙𝚙, 𝚜𝚎 𝚕𝚎 𝚋𝚕𝚘𝚚𝚞𝚎𝚘́ 𝚎𝚕 𝚃𝚠𝚒𝚝𝚝𝚎𝚛 𝚢 𝚜𝚎 𝚕𝚎 𝚎𝚜𝚌𝚊𝚙𝚘́ 𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚗𝚊𝚛𝚒𝚘 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚖𝚒𝚜𝚖𝚘 𝚍𝚒́𝚊 𝚍𝚎 𝚜𝚞 𝚙𝚞𝚋𝚕𝚒𝚌𝚊𝚌𝚒𝚘́𝚗 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚒𝚐𝚞𝚊𝚕 𝚚𝚞𝚎 𝚊 𝚕𝚘𝚜 𝚋𝚛𝚘𝚝𝚎𝚜 𝚟𝚎𝚛𝚍𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝙵𝚛𝚊𝚐𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚚𝚞𝚎𝚖𝚘́ 𝚕𝚊 𝚜𝚎𝚚𝚞𝚒́𝚊 𝚢 𝚊 𝚕𝚊 𝚝𝚘𝚗𝚎𝚕𝚊𝚍𝚊 𝚍𝚎 𝚢𝚎𝚛𝚋𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚛𝚊𝚝𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚕𝚎 𝚌𝚘𝚖𝚒𝚎𝚛𝚘𝚗 𝚊 𝚅𝚒𝚍𝚊𝚕 𝚢 𝚊 𝚁𝚒𝚝𝚘𝚗𝚍𝚘, 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚜𝚝𝚊́𝚜 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚕𝚊 𝚛𝚊𝚌𝚑𝚊, 𝚝𝚘𝚍𝚊𝚜 𝚝𝚎 𝚟𝚒𝚎𝚗𝚎𝚗 𝚎𝚗 𝚌𝚘𝚗𝚝𝚛𝚊.
𝙰 𝚗𝚘 𝚍𝚎𝚜𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚊𝚛 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚖𝚊𝚗𝚍𝚊𝚝𝚊́𝚛𝚒𝚘𝚜 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎𝚗 𝚗𝚞𝚎𝚟𝚊𝚜 𝚒𝚍𝚎𝚊𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚙𝚘𝚛𝚝𝚘́ 𝚂𝚝𝚞𝚛𝚣𝚣𝚎𝚗𝚎𝚐𝚎𝚛 𝚚𝚞𝚒𝚎𝚗 𝚗𝚘 𝚕𝚎 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚖𝚒𝚎𝚍𝚘 𝚊𝚕 𝚏𝚛𝚊𝚌𝚊𝚜𝚘 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜 𝚜𝚞 𝚊𝚕𝚒𝚊𝚍𝚘 𝚒𝚗𝚌𝚘𝚗𝚍𝚒𝚌𝚒𝚘𝚗𝚊𝚕 𝚍𝚎𝚜𝚍𝚎 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚎 𝚍𝚒𝚎𝚛𝚘𝚗 𝚊𝚕𝚐𝚞́𝚗 𝚌𝚊𝚛𝚐𝚘.

Pepe

 


Anda tu imagen recorriendo el Mundo y esta cosecha debe ser solo una parte de lo mucho que sembraste.

Hoy te nombran hasta los que te combatieron o no te entendieron.

Nadie de nosotros tuvo doce años para reflexionar en una celda sin luz, de comunicarse con otros presos con golpes de nudillo en la pared en un sistema de vocablos inventado por ustedes mismos.

Fuiste parte de los que se fugaron del penal de Punta Carretas, integrante de ese grupo rebelde llamado Tupamaros. Eso lo pasan por alto los que repiten tus frases pero niegan el pasado.

Un malicioso periodista te preguntó alguna vez: ¿Usted mató?, respondiste: “Tenía mala puntería”.

Le hablaste a los viejos con la frescura de los jóvenes y a los jóvenes con la sabiduría de los viejos.

Sos y serás el estandarte de una generación que creyó que un mundo mejor era posible.

Tu paisito te va a extrañar y todos nosotros también.

Gracias por todo, Pepe

 


En la manga

 

Ilustración: Darío Parissi

Son las diecinueve. Me bajo del auto para comprar cigarrillos. El frío es más intenso de lo que suponía, basta con mirar los vidrios para darse cuenta que estos días de junio vienen anticipando un invierno duro. Me encojo de hombros y levanto las solapas de mi viejo gamulán. El viento en la cara me quita la modorra y caminar es mucho mejor que sentarse a esperar dentro del coche. 

Desde la caída de los cinco anoche no hay novedades. Se blanquearon los números en la morgue, según me dijo Ramón. Vuelta de página en el archivo, ingreso y pianola, señales, respetar el orden del procedimiento. Fin para los cinco, nada más. Semáforo verde, cruzo. Pueyrredón y Las Heras. Puedo pararme en esta esquina y reconocer al detalle los lugares destacados, las referencias y sus gentes con los ojos cerrados. Esto más que una gimnasia para la memoria, es una cuestión de seguridad que se confirma cuando abro los ojos y allí están el viejo de las flores, encorvado a la luz de una vidriera, separando el cambio chico para dárselo a los tacheros, el cura que pasa seis y media, apurado por el atraso, con un portafolios de cuerina negra, la vieja de la plaza, el gordito del kiosco de cigarrillos que hoy no para de reírse. Me viene bien para practicar un poco. Después de tantos días sin que pase nada estoy fuera de estado. Quedate quieto gordito, no te agachés que te convierto en un número. Ya está. Se nota que no tengo un carajo que hacer. Todo en orden, sin novedades. El movimiento de siempre y las caras de siempre. Me parece que hoy tambien me vine al pedo. Por la dudas me preparo porque reconocer al seis entre tanta gente no va a ser nada fácil. Eligieron una buena zona y habrá que estar listo. 

El tipo que está en la esquina es el seis. Se bajó de un taxi en Gelly y Obes y camina despreocupado por la avenida Las Heras. Es de gran contextura física, conforme a los datos, cabellera tupida y canosa, tiene un saco sport de color claro, usa la corbata ligeramente desajustada, con el primer botón de la camisa blanca desabrochado. Lleva un perramus oscuro doblado en el brazo izquierdo. Se coloca el perramus y se frota las manos. Se detuvo para pedir fuego en la parada de los colectivos. Al seis le gusta sonreír, se mueve cómodamente en esta zona bacana, su vestimenta y su aire cortés son típicos de Barrio Norte. Tiene clase, pasa desapercibido para todos menos para mí que sé que es el seis. Llega al kiosco de diarios y revistas y se inquieta o se sorprende más bien con un titular del vespertino y vuelve la cabeza para terminar de leerlo. Toma un ejemplar. Vamos seis que estás caminando por la manga como la vaca rumbo al matadero. Al fin decide sacar uno de la pila, extrae del bolsillo del saco algo de dinero para pagar mientras sostiene el diario con la otra mano, sin apartar los ojos de la lectura. Extiende la palma abierta para recibir el vuelto y sin mirarlo lo guarda en el bolsillo. Cuarta página, tercera columna, ahí tenés que leer. Eso, ponete nervioso, seguí leyendo, enterate, fue culpa del cuatro. Sigue caminando muy preocupado ahora, no tan tranquilo. Tropezó con alguien presumiblemente tan distraído como él y levanto la vista como para pedir disculpas. Es una mujer delgada, de cabello oscuro, lleva un trajecito sastre color habano, muy elegante, secretaria ejecutiva de cajón. Se están excusando. Ella está de espaldas. Ahora gira. Sus gestos enmarcan perfectamente sus treinta o treinta y cinco años. Las primeras sonrisas del casual encontronazo se fueron diluyendo rápidamente y la conversación que sostienen es de frases cortas, precisas. Ella abre la cartera y saca algo que no puedo registrar bien. Es el siete. Ella es el siete. No me caben dudas. Parecía un encuentro casual pero se conocen. Son buenos actores. La sorpresa me inmovilizó un instante mientras ellos charlaban, un poco la sorpresa y otro poco el frío que me congela los dedos de las manos. El seis no disimula su nerviosismo al hablar, acompaña sus palabras con un vistazo general y permanente a la avenida. Aparta los ojos de la mujer para mirar por encima de sus hombros el movimiento de la cuadra. 

El seis la toma suavemente del brazo colocándose a su izquierda, le señala la confitería de la esquina en un gesto entre enérgico y amable. Ella asiente con la cabeza y baja la vista, en una actitud de subordinación, sometimiento, inseguridad, más que de aprobación. Caminan por Las Heras con pasos cortos, rozándose. Es él el que habla mientras ella lo observa con mucha atención. Él mira al suelo al hablar y cada tanto levanta la vista para observar de reojo a la gente que pasa a su lado. 

Yo retrocedo hasta la plaza atropellando a cuanto infeliz se me cruza en el camino y pidiendo disculpas a la carrera, jadeando de tanto faso y culo pegado a la silla, con medio pulmón en la boca. Me pesa hasta el gamulán y no me queda otra que acomodarme las cosas como pueda y seguir. En la carrera pisé un charco y siento la humedad en la media cerca del talón. Mierda con este frío. Tienen que aparecer ahora. Llegan a la confitería de Las Heras y Pueyrredón y el seis saca la mano del perramus para empujar la puerta y con la cabeza hace una leve y cortés reverencia. Es amable el seis, seguramente tan amable y refinado como el hijo de mil putas del cuatro. Ella entró en la confitería en silencio, con la cabeza gacha y señaló tímidamente una de las mesas cercanas a la ventana que da a Peuyrredón. Gracias por la gentileza, debo corregirme y decir que los dos son muy amables. 

Se sentaron y él la toma de la mano sacudiéndola como si intentara despertarla o hacerla reaccionar. Ella levanta la vista y sonríe. El se echa hacia atrás con la silla. La mira de reojo, como viejo zorro que es. Imagino que tratando de adivinar cómo se enteró de lo de anoche. Porqué lo llamó por teléfono a él y le contó todo. Estás desconfiando seis. No te gusta que la tripulación abandone el barco cuando se hunde. Que huyan como ratas para todos los agujeros posibles y vos te quedés arriba, como buen capitán que sos. Además sabés, porque el tres te lo dijo, que ella y el cuatro se entendían muy bien desde hace un tiempo, que los amueblados no eran un lugar para citas como éstas. 

El seis la sigue mirando sin decir nada, es como si intentara calcular su peso a ojo. Saca un paquete de cigarrillos del perramus y le convida mientras le hace el pedido al mozo. Ella le dio fuego y comienza a hablar en forma pausada, acompañando su relato con algunos dibujos que su índice traza sobre la mesa. El seis está muy interesado. Ella es muy linda, mucho más linda de lo que me había imaginado por su voz, tan parecida a la de Estela, nuestra operadora. Se acerca el mozo con los whiskys y ella deja de hablar, nerviosa y conmovida. Una vez servidos, el hombre hace una pregunta señalando el mantel nuevamente. Ella se niega con la cabeza y lo interrumpe, lo mira con furia, dice algo en un tono violento. Él vuelve a tomarla del brazo, la llama al orden, temeroso que las personas sentadas a las otras mesas los escuchen. Alguien que se detuvo para encender un cigarrillo, los ocultó un instante. El siete intentó irse pero él sin inmutarse dijo algo muy breve que la detuvo cuando ya había tomado la cartera y el abrigo. La mujer abrió grandes los ojos. Dentro de su sorpresa había algo de horror, abatimiento, indecisión. Se quedó tiesa, como si hubiese visto caer un rayo a dos metros suyo, con la mirada apuntando y disparando sobre el seis a quemarropa, varias veces. El seis volvió a dirigirse a ella en voz baja per de manera enérgica, mascullando insultos. Ella giró la cabeza mirando hacia la calle y pude verla mejor. Es realmente muy linda la siete, de ojos grandes y profundos, cualquiera diría que es abogada, arquitecta, o algo así. Él está agitado. Se pasa la mano por la frente y trata de serenarse. Golpea suavemente la mesa con las manos abiertas, enfatizando minuciosamente. Recalcó lo dicho varias veces en un tono muy bajo. Estira el cuello y se ajusta la corbata sacando pecho. Parece un gerente de fábrica hablándole a un empleado que vine a pedirle aumento, soberbio, poderoso, sin dejar lugar para el error o el equívoco, con una clase y firmeza dignas del seis. Por eso llegaste, por ser impersonal y preciso, exacto, trepador, tenaz, obsecuente. La mujer resopla fastidiada. Él saca un papel arrugado del bolsillo del saco y lo coloca sobre la mesa. Ella se desentiende. El vuelve a llamarla al orden y el siete al fin, asiente con disgusto. Siguen dialogando en un tono mucho más calmo ahora. Él llama al mozo, para pagarle seguramente, mientras da las últimas indicaciones. Se levantaron casi al mismo tiempo, después de pagar la cuenta y ahora caminan hacia la puerta como si estuviesen apurados, mirando sus relojes de pulsera. 

Están en la vereda. El se coloca el perramus. La veo otra vez a ella de cuerpo entero. Recuerdo que con Ramón, habíamos hecho una apuesta cuando pinchamos el teléfono hace dos meses. Habíamos arreglado una cena para el que acertaba en qué número aparecía una voz femenina. Yo dije el siete. La séptima llamada la hizo ella. Los primeros cinco cayeron anoche. El seis está en la manga y es una lástima que vos, siete, también caigas. Él vuelve a ofrecerle cigarrillos. Los tengo a los dos de frente y saco la última foto, última y mejor para dos copias. Desde mi posición puedo ver el vapor que exhalan de sus bocas claramente. Hace mucho frío y yo estoy medio congelado, satisfecho por el deber cumplido y pensando en la cara del Oficial Principal al mirar mi trabajo. Ansioso por contarle a Ramón cómo apareció el siete y que vea las fotos. Mientras guardo la cámara en la guantera del auto los veo caminar por Las Heras en dirección a Azcuénaga, derechitos por la manga, en cuyo final espera un gatillo distinto al de mi cámara que pondrá punto final al trabajo.

Aquellos días con Elpidio

 


Durante décadas la mayoría de los presidentes latinoamericanos tenían dos sueños recurrentes: terminar su mandato sin que lo interrumpa un golpe de estado o un extraño accidente mientras bebían un té medicinal, y ver su busto y su nombre en una plaza donde las palomas le devolverían en cuotas lo que ellos descargaron sobre su pueblo alguna vez. 

Elpidio Buffarretti no fue la excepción aunque su mandato dejó una huella imborrable entre los historiadores al analizar la increíble capacidad creativa del ex funcionario para resolver diferentes problemas de la vida pública de un país subdesarrollado en Latinoamérica. 

Los diarios de la época cambiaron radicalmente su formato durante su presidencia y no había ni siquiera en el período de vacaciones una tapa que no tuviera titulares con letra de molde catástrofe. Algunos de esos títulos, los más llamativos, fueron recopilados en el best seller del periodista Benito Atilio Malatesta. 

Fin de año a todo o nada!!!!

Ruido en los cuarteles

Se dividió la sociedad

No somos nada

Últimos en el ranking del Banco Mundial y sin miras de mejorar

Otra vez la violencia y el Gobierno mira para otro lado

Así no se llega a fin de mes 

Aunque su gabinete fue el más numeroso de la historia del país con 114 ministerios y 302 asesores, para sus decisiones trascendentales recurría a su gurú personal, el Toti Menéndez, especialista en runas, lectura de la borra del café y espiritismo, quien le trazaba un mapa sobre las posibles condiciones para su éxito como si se tratara del servicio meteorológico junto con algunos pálpitos en los juegos de azar y las carreras de caballos. 

Fue Menéndez quien lo aconsejó para que se acercara al mundo de la farándula, a las vedettes de moda, a las fiestas empresarios y al mundo del deporte incitándolo a participar de manera activa y pública, como protagonista, mostrándole con un compilado de videos de los más destacados en cada disciplina que no había secretos en el basquet, en el fútbol o en el automovilismo para convertirse en una estrella. En cada acto oficial, y a su lado, estaba el Toti Menéndez con sus runas, siete velas y su lechuza. 

Cuando decidió disolver el congreso porque obstaculizaba sus proyectos para la grandeza de la Patria, lo reemplazó por comisiones conformadas por los más exitosos empresarios del país bajo el lema: “Si a ellos les va fenómeno, al país también” 

Fue criticado desde el exterior cuando modificó la Corte Suprema de Justicia convocando a presidirla a su hijo Octavio, que no era formado en leyes pero se había destacado como ceramista. Dispuso que en otros lugares importantes del gobierno estuvieran varios familiares tan destacados como su hijo. 

No fue difícil ubicar a sus ex ministros, alojados todos ellos en el mismo pabellón de la cárcel de Punta Rodete aunque el ex mandatario fue el único del gobierno que consiguió huir, sus colaboradores no le guardan rencor y siguen admirando esa chispa sagrada de los inmortales para no caer en las garras del fracaso. 

Domingo Alcaparra, su irreemplazable ministro de economìa, hoy en un sector especial de la penitenciaría para protegerlo de los presos comunes, nos cuenta lo que él considera una de sus grandes perlas: 

Un día toqué desesperado la puerta del despacho y le dije: “Elpidio, se nos vienen encima los vencimientos de fin de año y no tenemos cómo cubrir la deuda”. Lo vi mirar el calendario que siempre tenía a mano en el escritorio y ponerse a escribir sobre su block con frenesí. Cuando llegué a casa me enteré por la televisión: con un decreto aplazó el fin de año hasta el 20 de abril. Aunque la gente hoy diga que les arruinó la organización de las fiestas y los aguinaldos y todas esas pavadas, salvó al país de un derrumbe financiero que no lo arreglaba ni Cristo.” 

Si bien durante el último tramo de su ciclo como presidente hubo más días de paro que laborables (hecho hasta entonces inédito), la organización obrera rescata que el marco de diálogo siempre fue perfecto con el sector. “Lo hacíamos en la quinta con asado, vino, traía músicos y salíamos todos abrazados. Dos días después nos dábamos cuenta que no habíamos conseguido nada a nivel gremial, así que pedíamos otra reunión en su agenda que nunca fue antes de seis meses” 

Pasaron diez años para que las investigaciones pusieran a luz uno de los encubrimientos más escalofriantes. 

Sobre el final del segundo año de su mandato promocionó durante meses un fin de año a toda orquesta celebrando los logros de su gobierno, empapeló las ciudades y financió el viaje de miles de personas que partían de distintos puntos del país hasta Garramendia, extraño lugar para la mayoría de los habitantes donde se iban a realizar los festejos y el lanzamiento de fuegos artificiales como nunca antes se había visto ni en Europa. La gente quedó perpleja a las 0 del nuevo año cuando vio que el cielo estaba iluminado y la tierra se movía con las explosiones. Perfectamente sincronizado con los festejos, se hizo volar un polvorín donde se investigaba la venta ilegal de armas, con varios funcionarios del gobierno de Elpidio Buffarretti en carácter de  sospechados. Hubiese sido un éxito rotundo si se hubieran evitado que las explosiones tiraran  abajo las casas de medio barrio obrero de las cercanías de Garramendia, no lamentándose víctimas fatales porque todos estaban a diez kilómetros de sus casas embobados con el despliegue de fuego y luces. 

En menos de tres meses el país pasó por cincuenta y siete conflictos diplomáticos con otros países donde sus embajadores terminaron expulsados, trece de esos conflictos fueron con superpotencias que amenazaron con invasión militar. Una noche de Pascuas se dirigió al pueblo en un mensaje en cadena diciendo entre otras cosas: “Han bloqueado nuestro puerto con una flota. No bloquearán nuestra esperanza. Con la verdad no temo ni ofendo. Como devoto cristiano creo en la resurrección y cuando esto ocurra, ay de ellos” 

No menos célebre fue su discurso en un país en llamas, con miles de personas manifestándose en las calles en protesta por el  desabastecimiento y las corridas cambiarias. “Se derrama más sangre en las corridas de toros y nadie mueve un dedo por ese pobre animal que nos da la leche y el cuero”. 

La Juventud Buffarretista fue el escudo humano con el que pudo subirse al jet que lo llevaría a las Galápagos mientras decía a los que se agolpaban furiosos para agredirlo “no empujen que entramos todos, sean civilizados. El Mundo nos está mirando”